miércoles, 12 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 4

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 4

DOGMA



Desde ese momento en el río nada volvió a ser lo mismo. La gente que me rodeaba no se percató de mi cambio, pero éste fue más que significativo. Todo mi ser se vio afectado de una u otra manera. Pero lo que más cambió fue mi mente.
Si antes de esa experiencia mi mente era brillante, ahora refulgía en un apagado tono escuro. Quiero decir que mi mente era aún más brillante, más aguda, más perspicaz que antes, pero también era más sórdida, más oscura, más profunda, más calmada y, sobre todo, más libre. 
En aquellos momentos mi mente empezó a volar como la mente de dios, y eso me permitió expandir mis conocimientos a límites insospechados. 
Pasaron muchas cosas interesantes en este período, hacía un año me habían promocionado otro curso más, por lo que con 15 años ya estaba cursando el último curso de educación pública. Lo siguiente sería la Universidad.
Y la Universidad era un intenso debate en mi casa. Mi padre defendía la importancia de que estudiara artes escénicas, ya que veía en mí al nuevo Alfred Hitchcock, mientras que mi madre me empujaba hacia las ciencias, en especial hacia la Medicina.
Sin embargo, aunque tuviera sendos conocimientos en ambos campos, ninguna de esas carreras llamaba mi atención. 
Entonces, llegó la propuesta de mi tutora y profesora de Biología, una de las únicas personas a las que toleraba, junto a mis propios padres. Me planteó la posibilidad de realizar una carrera conjunta de Biología y Anatomía, ya que sabía que yo estaba interesado en ambos temas. 
La propuesta me gustó desde el principio. Sería una tarea imposible de realizar para la mayoría de la población, que no conseguían acabar una carrera sola, menos aún dos al mismo tiempo; sin embargo, yo me veía más que capacitado para esta tarea. Creo que fue la primera vez que realmente me sentí motivado a realizar algo, y por eso me esforcé al máximo en sacar una buena nota en Selectividad para optar a una buena Universidad y, lo más importante, a una buena beca. 
Saqué la máxima nota en Selectividad, elegí la Universidad de Vigo y el Estado me costeó todos los costes de la carrera, libros inclusive.
Entré en la Universidad con 15 años y fue una experiencia francamente decepcionante de la que hablaré con posterioridad.

Lo realmente relevante de esta época fue mi cambio. Un cambio motivado por un cervatillo, sí, pero hay otra cosa que aún no mencione. Y es que en esa época vería por primera vez la película que cambiaría mi forma de ver el mundo. 
Germinal.
Era la adaptación de una novela naturalista francesa, del escritor Émile Zola.
La encontré medio enterrada entre diversas películas en el sótano del videoclub de mi padre. Y cambió mi forma de ver el mundo.
Diversas escenas me enseñaron de una forma esclarecedora el mundo actual, que en realidad es el mismo que el que se muestra tanto en el libro como en la película. Un mundo corrupto. Un mundo sanguinario. Un mundo enfermo. Este mensaje, estas escenas (aquí) me empujaron a una idea política. Me llevaron a defender una corriente filosófica, algo que nunca había hecho. 
Lo que más me gustaba del anarquismo era su fuerte individualismo. Los anarquistas no tenían por qué pertenecer a un colectivo, de hecho yo no pertenecía a ningún colectivo.  
Fueron estas ideas anarquistas las que me llevaron a recapacitar por mí mismo y a reflexionar sobre ellas. De estas largas reflexiones, que me llegaron a llevar días enteros en los que apenas salía de mi habitación más que para comer y beber, llegué a diversas conclusiones.
Y mediante estas conclusiones elaboré mi propio dogma. Y este dogma me guía hasta hoy mismo. Creo en él firmemente, y eso es algo que nadie podrá cambiar.
Lo más representativo de mi dogma es mi punto de vista de la sociedad. Por desgracia, vivimos en sociedad y debemos cuidar unos de otros, pero nadie practica esto. Por eso nuestro mundo está tan enfermo. Por eso es tan asqueroso. Por eso está tan podrido. Por eso, en definitiva, no funciona.
Y para conseguir que este mundo funcione hay que quemarlo todo y dejar que se construya una nueva sociedad, que, con suerte, será más equitativa y sana.
Sin embargo, ¿qué podía hacer yo para conseguir esto?
Bien, el anarquismo formulado por Bakunin defiende la intervención individual y espontánea de cada persona. Sabía muy bien que nadie iba a hacer lo que yo pensaba hacer, porque por alguna extraña razón, los humanos se suelen conformar con lo que tienen. Aunque sea injusto, aunque esté deteriorado, aunque no sirva, aunque haya que cambiarlo imperiosamente, los humanos se conforman. Los humanos, por desgracia, nos conformamos.
Yo no me iba a conformar. Y tenía ya pensado a los 15 años lo que hacer con esta sociedad. Lo tenía muy bien ideado.
Yo no hago las cosas porque alguien me lo mande. Yo hago lo que hago porque quiero. Porque es necesario. Porque alguien lo debe hacer.
Y a mis 15 años, dotado de un intelecto sin igual y una mente sorprendentemente oscura y brillante decidí que sólo había una forma de cambiar una sociedad que no funciona.
Y esa forma es la destrucción. La destrucción total y masiva de la sociedad en la que vivimos para crear otra que, con suerte, sería un poco mejor.
Por desgracia, creo que esta vez con un cuchillo no sería suficiente.

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