UN RETRATO DE LA HUMANIDAD
CAPÍTULO 9
COLAPSO
COLAPSO
Las 21:00.
Esperé a que el banquero llegara y lo vi salir del trabajo.
Subió al taxi y dijo:
- Buenos días.
Puse la primera grabación.
- Buenos días, ¿a dónde vamos a ir?
Sonó la voz del taxista desde mi móvil como si yo hubiera pronunciado esas palabras. El banquero no debió percatarse del engaño porque respondió con gran naturalidad:
- A donde siempre, ¿a dónde vamos a ir sino?
Luego rió. Poco me importaba la dirección a la que nos dirigíamos ya que íbamos a ir a una bien distinta.
Puse la segunda grabación.
- Claro, le llevaré.
El hombre rió ante la formalidad de esas palabras creyéndolas una broma. La mejor víctima que se puede tener es aquella víctima confiada.
Me dirigí hacia las afueras de la ciudad y puse la tercera y última grabación para intentar despistar al banquero.
- Estos últimos días no están siendo nada fructíferos. El negocio se desmorona. En fin, es lo que tiene la recesión esta ¿no cree? Vivimos tiempos duros en verdad. El paro aumenta, la prima de riesgo aumenta, los impuestos aumentan,... Lo único que debería subir, que son los salarios y el empleo, baja. Tiempos locos, ¿no cree? Tiempos duros en los que vivimos... En fin, es lo que toca. Hay que aguantar.
Y surtió el efecto deseado. El banquero inició una larga conversación en la que discernió sobre todos los aspectos de la sociedad y la crisis en la que vivíamos. Me limité a asentir con la cabeza y soltar gruñidos de asentimiento.
Mientras tanto, avanzamos hacia las afueras sin que el banquero se percatara. A veces, los hombres poderosos pueden llegarse a creer tan intocables que se vuelven confiados, estúpidos y poco observadores. La otra posibilidad es que la casa del banquero estuviera en las afueras. Creo que era una mezcla de las dos.
Eran ya las 21:30 cuando llegamos al mismo lugar a dónde había llevado al taxista unjas horas antes.
Paré el coche y el banquero interrumpió su largo monólogo y dijo riendo:
- ¿Qué haces, tío? Aún no hemos llegado.
Me giré en el asiento para mirarle directamente.
Aunque hubiera en su rostro una expresión de tranquilidad y una sonrisa, se advertía una sombra de inquietud debajo de todo esto. De repente dijo:
- ¿Desde cuando tus ojos son verdes?
Yo saqué mi cuchillo y lo situé peligrosamente cerca de su garganta. Vi su mano. Estaba a medio camino de su bolsillo. Me acerqué a él y le quité la pistola que guardaba en ese bolsillo. La dejé en la parte delantera del coche y le indiqué por señas que saliera.
Una vez fuera le puse el cuchillo de nuevo cerca de la garganta y le indiqué que anduviese hasta el bosquecillo.
Llegamos a él y el hombre casi vomita al ver a su tío muerto.
Supongo que lo que más le llamó la atención fue que no tuviera rostro alguno.
En ese momento lo dejé libre.
Se acercó a mí lentamente y dirigió su mano hacia mi rostro.
Entonces, tiró. Y mi "piel" se desprendió, dejando al descubierto mi verdadero rostro, bañado en sangre, y mi pelo, normalmente rubio, ahora más bien pelirrojo.
El hombre se quedó petrificado viendo la cara de su tío. La dejó caer, se dobló por la cintura y vomitó.
Después de limpiarme un poco la cara, le dejé el pañuelo para que se limpiara la boca Mi único acto de bondad hacia ese hombre, que fue rechazado.
Y comencé a hablar:
- Para ti no soy nadie. Sin embargo, aquí te tengo, ¿no?. Ni todo el dinero que tienes te ha protegido de que la justicia se cumpla. El humano es un ser de costumbres, y son esas costumbres, por seguras que sean las que le condenan al final. En tu caso fueron esas costumbres y tu remarcada estupidez. ¿Creías que por tener el rosto de tu tío ya iba a ser él? Un rostro es algo transferible, como bien has podido comprobar.
>> Lo que más pena me da es que fue un simple gesto lo que te condenó y lo que te lleva a estar hoy aquí. Creí que eras una buena persona, que ayudabas con tu dinero a las personas que lo necesitaban. Como yo hago. Sin embargo, un día te vi patear a un mendigo en la Puerta del Sol y me di cuenta de tu gran hipocresía. ¿Sabes qué es lo que hace que este mundo sea tal y como es? Tan corrupto y sucio, tan injusto e inerte, tan oscuro y falto de voluntad. ¿Sabes lo que crea esto?
>> La hipocresía. Sobre todas las cosas. La hipocresía es la que crea esta sociedad. Vive en casi todas las personas influyentes y en muchas de las no influyentes. Y yo creo que ese pecado se puede eliminar. Creo que yo puedo erradicarlo.
>> No malinterpretes la palabra pecado. No hablo de un pecado eclesiástico. No, la Iglesia promociona la hipocresía. Hablo de un pecado como si de una falta grave contra la sociedad se tratase. A falta de una palabra mejor creo que este término es bastante exacto.
>> En fin, la hipocresía, asqueroso banquero bastardo, ha sido tu pecado. Y vas a sufrir por él. No vas a ver amanecer otro día. No vas a disfrutar de la vida más allá de este día. Créeme cuando te digo esto. Soy un hombre de palabra, de verdad. Puedes confiar en mí. Así que dime, ¿cuáles quieres que sean tus últimas palabras?
La expresión del banquero parecía haber ido ensombreciéndose a medida que avanzaba mi largo monólogo. Sin embargo, a la vez que se ensombrecía aparecía en ella una media sonrisa. Y esta media sonrisa se fue ensanchando a la vez que su rostro se ensombrecía y asimilaba que no iba a salir vivo de allí. Cuando acabé mi alegato, habló con una voz clara y cargada de convicción:
- La hipocresía, ¿no? ¿Ése es mi "pecado"? Pues vaya sorpresa... Sí, toda mi vida fui un hipócrita con mis actos benéficos, mis donaciones y mi caridad. Nunca soporté a ningún vagabundo, mendigo, pordiosero o leproso. Son lo peor de la sociedad. Repugnantes. Asquerosos. Ellos son los que destruyen nuestra sociedad, no nosotros. Te diré un secreto, joven. En el mundo hay 2 clases de personas, los que nacen para ser grandes y los que nacen para ser parte de la intrahistoria cotidiana de la realidad humana. Y siento decirlo, pero tú eres parte de la segunda clase, aunque creas pertenecer a la primera y lo quieres demostrar intentando acabar con esta jerarquización. Y lo sabes. sabes que eres corriente. Lo demuestras haciendo lo que haces. Si mi pecado es la hipocresía y merezco la muerte, y de verdad te digo que no lo niego, ¿tú que mereces? Mereces correr peor suerte que yo, ya que yo intento engañar a los que me rodean, sin embargo, tú intentas engañarte a ti mismo.
Después de esas palabras ninguno de los dos se movió.
No sé si os habrá pasado alguna vez, pero cuando todo en lo que crees se viene abajo tu mente se colapsa. Y en ese momento mi mente, tan negra, tan oscura, tan profunda, tan enorme, tan brillante, tan fría, se estaba colapsando.
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