domingo, 9 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 2

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 2


MATICES TÉCNICOS, NADA INTERESANTES, PERO RELEVANTES



Yo nací en una pequeña localidad española. En una tierra muy especial y húmeda, antiguamente regentada por celtas, o castrenses. Nací en una de las grandes ciudades gallegas, la más grande en población a decir verdad. Nací en Vigo.
Vigo es una ciudad bastante tranquila. No porque sea pequeña, sino porque casi nunca pasa nada ilegal resaltable. Se puede decir que yo fui lo más grande que le pasó a esta ciudad en ese aspecto.
A pesar de haber nacido en Vigo, mis padres decidieron criarme en un pueblo a unos 30 minutos de Vigo. Mondariz. 
Era un pueblo muy tranquilo, había unas termas preciosas y unos parques igual de hermosos. Era el sitio ideal para que se formara un chico ideal. Sin embargo, yo no era un chico ideal.
A pesar de vivir en Mondariz, mi madre trabajaba en un hospital vigués y mi padre en un videoclub. Por lo tanto, la mayor parte de mi día la pasaba en un Limbo entre Mondariz y Vigo. Esos 30 minutos me daban para pensar en muchas cosas, y si no los hubiera tenido quizá no fuera como soy ahora.
Estudiaba en Vigo y dormía en Mondariz. Las tardes las pasaba o bien con mi padre, videando películas en el videoclub; o con mi madre, viendo como ejercía su trabajo. Me fascinaba la anatomía humana y el cine. El género que más me fascinaba era el thriller. Alfred Hitchcock era mi faro en ese aspecto. Me encantaban sus películas. Y entre ellas cabía destacar Psicosis. Fue una película que me marcó. La vi por primera vez a la tierna edad de los 8 años. Otro director que me fascinó fue Stanley Kubrik. Videé por primera vez la Naranja Mecánica con 10 años. Mi padre me dijo que no se lo debía contar a mi madre, decía que no era una película para niños. La verdad es que no sé porque me seguía considerando un niño con 10 años.
Tenía un intelecto por encimo de la media. Con 10 años estaba cursando 1º de la ESO en un instituto de Coia, el Alexandre Bóveda. Me habían subido dos cursos pero mis notas no se habían resentido. Era el primero de la clase y casi no trabajaba, ya que asimilaba los conceptos con una capacidad pasmosa.
Lo que quiero expresar con esta pequeña introducción es mi aislamiento social. Nadie, y digo nadie, quería estar conmigo. Creo que era miedo. Mi afición al thriller y a la anatomía no ayudaban, y menos aún lo hacía el hecho de que en clase siempre estuviera atendiendo. Sin embargo, nadie se metía conmigo. Simplemente, me obviaban, hacían como si no estuviera. Tampoco yo buscaba su atención. No tenía amigos ni tampoco los necesitaba.
Era un alumno ejemplar, adoraba aprender y me gustaba estudiar y hacer deberes porque no me suponían ningún esfuerzo. Los utilizaba de calentamiento para centrarme luego en otras ocupaciones. La lectura no ocupaba mucho de mi tiempo, pero sí el cine. Me convertí en un verdadero cinéfilo y a los 13 años ya había visto todas las películas del videoclub.
Me quiero remontar a mis 10 años porque creo que fue aquí donde empezó todo.
Los fines de semana mi rutina se rompía del todo. Sin viaje a Vigo, perdía mi tiempo para pensar, eso lo primero. Eso me frustraba. Pero me frustraba más no tener más tareas que hacer, ya que acababa todos los deberes el viernes, como muy tarde el sábado por la mañana. Tampoco podía ver películas, ya que todas estaban en el videoclub, y tampoco podía ver trabajar a mi madre. Era hijo único y, como he dicho, no tenía ningún amigo. Todo esto junto hacía que odiara los fines de semana.
Sin embargo, a los 10 años todo cambió. Solía pasar en casa estos días, pero un día me decidí a explorar los alrededores del lugar donde vivía. En gran medida porque había empezado a escuchar cosas sobre la teoría darwinista y quería hacer experimentos sobre el tema.
Empecé realizando sencillos experimentos para intentar modificar los hábitos de los animales de alrededor. El primer experimento consistió en pintar de color negro todos los árboles de un parque. Estos árboles eran originalmente de color blanco. Había observado que había dos especies de polillas, unas blancas y otras negras, y quería comprobar si cambiando el color de los árboles las polillas negras, minoritarias, se volverían mayoritarias al camuflarse en el tronco de los árboles con mayor facilidad.
El experimento funcionó, pero creo que no agradó demasiado al ayuntamiento, que me infligió una costosa multa para la limpieza de los árboles. La multa fue asumida por mis padres y decidieron no hablar del tema.
Sin embargo, después de 3 semanas, los árboles no habían sido limpiados y mi padre empezaba a enfadarse. Un día se dirigió al ayuntamiento por la mañana. Llegó al mediodía. Al parecer, un reputado biólogo vigués se había enterado de mi experimento y había intercedido para comprobar si resultaba.
Y resultó resultar. En 1 mes, la población de polillas negras era mucho superior a la de polillas blancas. El biólogo, que había seguido el experimento, me ofreció la posibilidad de recibir clases de él. Acepté esta propuesta con una sola condición, que las clases fueran en fin de semana.
Y así fue como empecé a estudiar con el científico.
Se llamaba León y, curiosamente, tenía un gran parecido con el comunista León Trotsky. Tenía 50 años, una gran barba blanca, un pelo corto y blanco también y unas gafas de pasta fina negras.
Se desplazaba todos los sábados hasta Mondariz y dábamos clases sobre el terreno, en los parques y montes de la localidad. me enseño bien durante 1 año, aprendí mucho con él.
Sin embargo, lo odiaba. Odiaba a su persona, no a sus clases. Mi odio hacia los fines de semana se desplazó hacía León. Lo odiaba, sí. Un odio intenso, motivado en gran parte por sus aires de prepotencia.
En realidad, León era un reputado científico galardonado en numerosas ocasiones. Su fama era casi continental, y fue esta fama la que motivó su emigración hacia Francia un año después de haber empezado las clases.
Celebré ese día con entusiasmo. Intentó realizar una despedida solemne, me dijo que había sido un gran pupilo, que siempre recordaría mi gran intelecto y que llegaría a ser un gran científico si me lo proponía y perseveraba.
Le escupí a la cara. Me pareció que no se había dado cuenta de cuan profundo era mi odio hacia él.
Sin embargo, la emigración de mi odiado maestro no detuvo mis ansias de aprender de la naturaleza y me convertí en autodidacta.
Comencé calificando plantas, insectos, pequeños mamíferos, aves, algún que otro pez de las pequeñas charcas, algún anfibio, ...
Empecé a elaborar un pequeño libro con todos los animales de la zona y pequeñas descripciones de ellos. Lo acabé con 14 años.
Mientras estudiaba la fauna y flora local, seguía con mi instrucción cinéfila (por parte de padre) y anatómica (por parte de madre). Como ya comenté, acabé de ver todas las películas del videoclub con 13 años. A esa edad también conocía la mayoría de los secretos del cuerpo humano y solía ayudar a los colegas de mi madre y hasta a ella misma con los diagnósticos.
Y creó que fue aquí cuando empecé a convertirme en lo que soy ahora. Ya conocido el cuerpo humano, decidí empezar a estudiar otros cuerpos. Y en esos parques, bosques y montes que eran ahora mi segundo hogar había un gran número de cuerpos que estudiar.
La gente dice que los niños que queman hormigas con la lupas tienen un comportamiento que, de seguir desenvolviéndose, puede llegar a convertirlos en psicópatas.
Yo creo que la gente debería dejar de preocuparse por niños que queman hormigas y deberían empezar a fijarse en los que salen al bosque con una navaja. Con una navaja se pueden hacer infinidad de cosas, amigos. Es una de las herramientas más versátiles que he encontrado.
Si, creo que esas excursiones al bosque con mi navaja fueron el inicio de todo.
La navaja, el mejor amigo del asesino, el peor enemigo del hombre.

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