UN RETRATO DE LA HUMANIDAD
CAPÍTULO 8
Este es un buen momento para que me juzguéis. Quizá la muerte de este taxista fuera injusta, sí. Pero nunca innecesaria. Nunca hago nada innecesario o sin razón. Todo está siempre relacionado. Y esta muerte era de vital importancia para el desarrolló de la siguiente. Y la siguiente haría del mundo un lugar un poco mejor.
TODOS MORIMOS, LO IMPORTANTE ES EL CÓMO Y EL POR QUÉ
Mis días felices se acabaron al conocer a mi próximo objetivo.
La verdad es que habían durado bastante. Unos cinco años en los que había ascendido aún más en el trabajo y había vivido bien conmigo y con mi obra. Poco más había pasado. La policía nunca logró inculparme ni tampoco sabían nada de quien podía haber sido el asesino. El expediente se cerró y la investigación se paró a los dos años de haber empezado. A nadie le importó demasiado. El tema había sido olvidado.
Se había difuminado como si de una gran columna de humo se tratará.
Era un banquero. Un hombre importante. Tenía dinero y prestigio.
Era un hombre bien considerado, colaboraba con asociaciones benéficas. Creí que era un buen hombre hasta que lo reconocí caminando por la Puerta del Sol. Un mendigo se le acercó a pedirle una mísera limosna y él lo evite de mala gana. El mendigo insistió. Y el hombre, en vez de darle una pequeña parte de esa gran fortuna que tenía decidió noquearlo de un golpe.
Yo fui el único que observó esto. No había nadie más por el lugar a aquellas horas.
Este incidente me hizo reflexionar sobre la verdadera personalidad del hombre y llegué a la conclusión de que no era ningún altruista. La caridad que practicaba solo le servía para aparentar y publicitar su persona, no le importaba lo más mínimo la sociedad.
Y son la hipocresía y la avaricia los gérmenes de esta sociedad corrupta en la que vivimos. No podía permitir que estas progresaran. Tenía que matar a ese hombre e intentar ayudar de nuevo al colectivo.
Pronto me dí cuenta de que este banquero estaba realmente bien protegido, no como mi anterior víctima. Sólo había un período en todo el día en el que estuviera realmente desprotegido, cuándo volvía a casa desde el trabajo. El único inconveniente es que cogía siempre un taxi. El mismo taxi. Era el taxi de un familiar suyo que iba a recogerlo a la salida de su empleo todos los días laborales a las 21:00.
Para tener al banquero sólo había de tener al taxi, y tener el taxi era muy fácil.
Solicité el taxi a las 16:00. Me recogió en mi apartamento. Entré en el taxi con el móvil encendido y empecé a grabar.
- Buenos días. ¿A dónde vamos a ir?
Detuve la grabación.
- Me podrías llevar al monte del Alba. Pagaré por adelantado, si es necesario.
Preparé la grabadora.
- Claro, le llevaré -respondió el conductor. Paré la grabación-. No es necesario que pague por adelantado. Hasta las 21:00 no tengo que atender a ningún otro cliente importante.
Puso el coche en marcha y se dirigió hacia las afueras. Habían pasado quince minutos y estábamos llegando cuando volví a preparar mi grabadora.
- Está usted muy callado. ¿Acaso no tiene nada que contar? -pregunté.
Puse a funcionar la grabadora.
- Poca cosa, la verdad. Estos últimos días no están siendo nada fructíferos. El negocio se desmorona. En fin, es lo que tiene la recesión esta ¿no cree? Vivimos tiempos duros en verdad. El paro aumenta, la prima de riesgo aumenta, los impuestos aumentan,... Lo único que debería subir, que son los salarios y el empleo, baja. Tiempos locos, ¿no cree? Tiempos duros en los que vivimos... En fin, es lo que toca. Hay que aguantar.
Paré la grabadora. Ya valía. Respondí al señor con una frase.
- A tiempos desesperados, medidas desesperadas.
- Que razón tienes, joven, que razón... Pero nadie se atreve a aplicar esas medidas. En fin, una pena, una pena. Al menos un servidor va ganándose la vida como puede. Y aunque no pudiera, es bueno saber que mi sobrino, sí, mi sobrino, es el mismísimo Andrés Portas. El banquero, sí señor. ¿Le conoce usted? -asentí-. El caso es que es muy buen chico. Sabe como está el panorama y por eso me manda a recogerle todos los días. Nunca vuelvo a casa con los bolsillos vacíos por ese muchacho. Que Dios le asista.
Al nombrar a Dios dejé de prestar atención al conductor y me centré en lo que iba a hacer. Él seguía hablando, aún siendo consciente de la falta evidente de un receptor que asimilará sus palabras. A veces la gente puede ser realmente tediosa. Es muy frustrante cuando eso ocurre.
Cuando llegamos a una carretera con sendas arboledas a ambos de la misma consideré que nos habíamos alejado bastante de la ciudad, interrumpí la perorata insoportable sobre las muchas virtudes de su sobrino del taxista, le puse una pistola en la sien y le dije:
- De ti depende que salgas de vida con esta. Si bajas del coche con calma y me sigues hasta los árboles, vivirás. Sino, te meteré una bala en el cráneo ahora mismo.
El cochero no se giró. Abrió con mucha lentitud la puerta y salió del coche. Me siguió hasta la arboleda y una vez allí le mandé pararse y hablé:
- Te mentí. Lo siento. Ibas a morir hicieras lo que hicieras.
Le disparé y la bala fue a parar a su corazón. Me acerqué más y le disparé otra bala al corazón para que no sufriera.
Saqué un trapo de un bolsillo y limpié el arma. Luego la tiré al lado del cadáver. No la necesitaría.
A continuación, cogí mi cuchillo y me arrodillé al lado del hombre.
Y empecé.
Acabé a las 20:15. Tenía tiempo de sobra de ir a por el sobrino del desafortunado taxista.
Este es un buen momento para que me juzguéis. Quizá la muerte de este taxista fuera injusta, sí. Pero nunca innecesaria. Nunca hago nada innecesario o sin razón. Todo está siempre relacionado. Y esta muerte era de vital importancia para el desarrolló de la siguiente. Y la siguiente haría del mundo un lugar un poco mejor.
Eso era lo único que buscaba. Mejorar el mundo.
En ese momento no me sentía arrepentido por lo que había hecho. Estaba tranquilo. Mi mente estaba tranquila. Tranquila y oscura. Oscura y profunda. Oscura y brillante.
Y en ese momento mi mente pensaba que todos morimos, lo importante es el cómo y el por qué. Y el por qué de este hombre había sido una noble causa.
El cómo, sin embargo, había sido rápido.
Poco más se puede decir de ese cómo.
Y en ese momento ya sabía que el cómo del barbero no iba a ser rápido.
Me encantan los relatos "negros". Interesante tu serie (aunque un poco cruel...). Seguiré leyendo.
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