UN RETRATO DE LA HUMANIDAD
CAPÍTULO 11
EL PRIMER DÍA DEL RESTO DE MI NUEVA VIDA
Esas palabras me extrajeron de nuevo de mi propia mente y me di cuenta de que todo a mi alrededor había cambiado. Los árboles seguían ahí, sí, pero no pasaba lo mismo con el bosque en sí. Ya no había monte, no había cielo. Me hallaba en una especie de estancia de color blanco y brillante. Techos altos, tan altos que no se podían ver. Y, ante mí, una persona escribía en su ordenador recostado sobre su cama.
- He dicho que esa no es una decisión que a ti te ataña -dijo el hombre que estaba sobre la cama y que parecía ser el mismo que había hablado antes.
- ¿Cómo dices? -respondí.
- Que la decisión de suicidarte o no no te atañe en absoluto. No vas a ser tú el que lo decida, así que deja de pensar en ello porque no vas a conseguir nada con ello.
Estaba anonado. NO sabía como había llegado a ese lugar ni quién era ese hombre.
- "Ese hombre" es tu autor, tu escritor. "Ese hombre" soy yo. Y yo seré el que continúe la narración.
Dejé el portátil a un lado y me levante de la cama. Avancé hacia mi pobre y confundido personaje y me dispuse a explicarle la verdad:
- En realidad no existes más que como un producto de mi imaginación y de la de los lectores que leen tus aventuras. No eres más que un ente de ficción al que yo doy vida y, por lo tanto, no puedes decidir sobre ningún aspecto de tu vida. No puedes elegir si vas a vivir o no porque yo seré el que haga esa elección por ti en mi relato. No eres más que un personaje. En realidad no has cometido ningún crimen porque todos los "asesinatos" que has perpetrado no fueron contra personas reales, fueron contra otros personajes. No eres real y tu mundo tampoco. Por eso es una tontería que razones sobre la necesidad de suicidarte o no.
Después de estas palabras observe a mi personaje. Parecía a punto de morir. Su expresión era la del terror más absoluto y su boca se había abierto en una mueca de espanto. Estaba además terriblemente pálido.
Después de esta dosis de realidad me decidí a volver a mi cama para acabar mi relato. Me acosté y eché un último vistazo a mi personaje.
Me miraba y parecía estar formándose una idea en su mente. Después de un rato de mutua observación se decidió a hablar y dijo:
- Tú dices que yo soy el ente de ficción y tu el autor y que simplemente existo para dar sentido a tus palabras y entretener a la gente que las lea, pero ¿y si no es así? ¿Y si no soy yo el ente de ficción? ¿Y si tú eres un simple peón que me sirve como vehículo de comunicación con el resto del mundo? Es más, creo que es eso lo que eres. Creo que tu historia te ha superado. Recupero la narración.
Sonreí, triunfal.
Mi mente ya no pensaba en el suicidio, solo pensaba en que yo tenía que existir. Es imposible que no existiese. Tenía que ser real. Tenía que serlo.
Miré a mi supuesto autor. Era una persona grande, con una mirada vivaz y un pelo cobrizo sin peinar. Estaba totalmente perplejo ante mi deducción y se notaba que quería rebatirla, pero no podía. Abría y cerraba la boca como a punto de decir algo, pero nunca llegaba a emitir ningún sonido.
Entonces, su cara se iluminó de nuevo. Sonrió, me miró a los ojos y dijo:
- Si de verdad te consideras una persona real y a mi un simple medio de comunicación, dispárame.
No sabía lo que tenía pensado pero creí que lo mejor sería cumplir sus deseos. Así podría centrarme de nuevo en el tema que realmente importaba, mi suicidio.
- Con mucho gusto -dije.
Levanté el arma y fui a apretar el gatillo pero no pude. Mi dedo no me respondía. Lo volví a intentar y nada. Otra vez. Otro fracaso. Mi dedo no se movía por mucho que mi mente insistiera, y mi autor reía. Entonces habló:
- No puedes dispararme porque dispararme implica mi muerte, y mi muerte implica la destrucción de tu existencia y de todo tu mundo, es decir, de toda mi creación. Si pudieras dispararme serías una verdadera persona con independencia, pero el hecho de que no puedas hacerlo demuestra que yo soy tu autor y tú mi personaje de ficción, y sin mí no puedes vivir. Ni tú ni el mundo que habitas. Y eso significa también que yo soy el que escribe tu historia y el que decide si mueres o no esta noche.
Me había quedado petrificado. Seguía intentando apretar el gatillo pero no podía. Me era imposible. Era incapaz de ello. Eso sólo podía significar que el que tenía delante tenía razón y yo no era más que un producto de su imaginación. No podía decidir por mí mismo.
- Y te diré algo más -mi autor habló de nuevo. Sus ojos estaban puestos en mi y había en ellos una mezcla de pésame y de crueldad-. Hoy no será el primer día del resto de tu vida. Puedes irte.
Después de escuchar estas palabras, la cama de mi creador fue alejándose hasta desaparecer, al igual que las paredes blancas que delimitaban mi visión. Poco a poco, la luminosidad fue bajando hasta volver a la oscuridad de la noche sin estrellas en la que me hallaba. Mi mente ya no brillaba ni debatía si debía suicidarme o no. Sabía que iba a morir esa noche. Así lo quería la persona con la que estuve hablando que no podía ser otra que mi autor.
Sin embargo, a pesar de que mi mente asumía que mi suicidio era inminente, mi cuerpo se resistía a morir.
Había decidido que era imprescindible para la sociedad y buscaba mi supervivencia. Con esta voluntad, aún no asumida por mi mente pero si por mi cuerpo, tiré la pistola lejos de mi alcance y avancé.
Y seguí caminando.
Y al llegar al taxi pensé que, en realidad, mi autor no decidía sobre mí. Era un personaje que le había ganado la batalla a su autor y podía decidir sobre su propio devenir. ¿O sería más bien que el autor se había apiadado de mi y había decidido dejarme con vida?
No lo sabía a ciencia cierta, la verdad.
Pero lo que si que creía es que había logrado sobrevivir.
Y con esta confianza emprendí la marcha a pie hacia la ciudad.
Y en ese momento llegó.
Un zumbido.
Un dolor intenso en la sien.
Caída.
Agonía.
Dolor.
Mi mente iba perdiendo toda su forma y su brillante oscuridad.
Mi visión se desvanecía.
Todo se difumino primero y luego se apagó.
Y por último perdí el tacto.
Ya no notaba si estaba tumbado o de pie.
Y por último, oscuridad.
Una completa y uniforme oscuridad.
Oscuridad total y absoluta.
Al final, mi autor tenía razón.
Hoy no iba a ser el primer día del resto de mi vida.
Y cuando todo había acabado.
Cuando todo era oscuridad.
Cuando todo era nada.
Cuando todo lo real no podía ser percibido por mí.
Surge una luz.
Me había quedado petrificado. Seguía intentando apretar el gatillo pero no podía. Me era imposible. Era incapaz de ello. Eso sólo podía significar que el que tenía delante tenía razón y yo no era más que un producto de su imaginación. No podía decidir por mí mismo.
- Y te diré algo más -mi autor habló de nuevo. Sus ojos estaban puestos en mi y había en ellos una mezcla de pésame y de crueldad-. Hoy no será el primer día del resto de tu vida. Puedes irte.
Después de escuchar estas palabras, la cama de mi creador fue alejándose hasta desaparecer, al igual que las paredes blancas que delimitaban mi visión. Poco a poco, la luminosidad fue bajando hasta volver a la oscuridad de la noche sin estrellas en la que me hallaba. Mi mente ya no brillaba ni debatía si debía suicidarme o no. Sabía que iba a morir esa noche. Así lo quería la persona con la que estuve hablando que no podía ser otra que mi autor.
Sin embargo, a pesar de que mi mente asumía que mi suicidio era inminente, mi cuerpo se resistía a morir.
Había decidido que era imprescindible para la sociedad y buscaba mi supervivencia. Con esta voluntad, aún no asumida por mi mente pero si por mi cuerpo, tiré la pistola lejos de mi alcance y avancé.
Y seguí caminando.
Y al llegar al taxi pensé que, en realidad, mi autor no decidía sobre mí. Era un personaje que le había ganado la batalla a su autor y podía decidir sobre su propio devenir. ¿O sería más bien que el autor se había apiadado de mi y había decidido dejarme con vida?
No lo sabía a ciencia cierta, la verdad.
Pero lo que si que creía es que había logrado sobrevivir.
Y con esta confianza emprendí la marcha a pie hacia la ciudad.
Y en ese momento llegó.
Un zumbido.
Un dolor intenso en la sien.
Caída.
Agonía.
Dolor.
Mi mente iba perdiendo toda su forma y su brillante oscuridad.
Mi visión se desvanecía.
Todo se difumino primero y luego se apagó.
Y por último perdí el tacto.
Ya no notaba si estaba tumbado o de pie.
Y por último, oscuridad.
Una completa y uniforme oscuridad.
Oscuridad total y absoluta.
Al final, mi autor tenía razón.
Hoy no iba a ser el primer día del resto de mi vida.
Y cuando todo había acabado.
Cuando todo era oscuridad.
Cuando todo era nada.
Cuando todo lo real no podía ser percibido por mí.
Surge una luz.
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