jueves, 27 de febrero de 2014

La buena música

Peter Gabriel fue el cantante principal de Genesis antes de que Phill Collins empezara a combinar la batería con el micrófono.


Cuando esto pasó, Peter Gabriel empezó su etapa en solitario y os traigo una canción de él en esta etapa. Se titula Don't Give Up y os voy a dejar la canción y la letra sólo, porque no es una canción para ser presentada. La voz femenina la hace Kate Bush.













También quiero colgar una canción de David Bowie, un artista británico que fue hace menos de una semana elegido como mejor artista británico del año en los Brit Awards. Se convierte así en el más longevo personaje en conseguir este galardón, superando a Tom Jones, que ganó uno a los 62 años. David Bowie ya había ganado este premio una vez en 1984.
Además, los Arctic Monkeys ganaron los premios a mejor álbum (por R U Mine) y a mejor grupo.
Os dejo la canción que más me gusta de David Bowie. Aparece en una película británica (Las Ventajas De Ser Un Marginado)  y de hecho así la descubrí yo.
Se titula Heroes y os voy a dejar también la letra.













Os dejo también un reportaje de la RTVE sobre los British Awards de este año.  (aquí)

miércoles, 26 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad - EPÍLOGO

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD

EPÍLOGO


Un hombre estaba tumbado en la ladera de una montaña viguesa. 


Tenía en su mano un fusil y observaba como su reciente víctima, un caminante solitario que circulaba por la carretera.



El hombre se levantó.




Era una persona grande, con una mirada vivaz y un pelo cobrizo sin peinar.

Un retrato de la humanidad 11

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 11

EL PRIMER DÍA DEL RESTO DE MI NUEVA VIDA


Esas palabras me extrajeron de nuevo de mi propia mente y me di cuenta de que todo a mi alrededor había cambiado. Los árboles seguían ahí, sí, pero no pasaba lo mismo con el bosque en sí. Ya no había monte, no había cielo. Me hallaba en una especie de estancia de color blanco y brillante. Techos altos, tan altos que no se podían ver. Y, ante mí, una persona escribía en su ordenador recostado sobre su cama.

- He dicho que esa no es una decisión que a ti te ataña -dijo el hombre que estaba sobre la cama y que parecía ser el mismo que había hablado antes.

- ¿Cómo dices? -respondí.

- Que la decisión de suicidarte o no no te atañe en absoluto. No vas a ser tú el que lo decida, así que deja de pensar en ello porque no vas a conseguir nada con ello.

Estaba anonado. NO sabía como había llegado a ese lugar ni quién era ese hombre. 

- "Ese hombre" es tu autor, tu escritor. "Ese hombre" soy yo. Y yo seré el que continúe la narración.

Dejé el portátil a un lado y me levante de la cama. Avancé hacia mi pobre y confundido personaje y me dispuse a explicarle la verdad:

- En realidad no existes más que como un producto de mi imaginación y de la de los lectores que leen tus aventuras. No eres más que un ente de ficción al que yo doy vida y, por lo tanto, no puedes decidir sobre ningún aspecto de tu vida. No puedes elegir si vas a vivir o no porque yo seré el que haga esa elección por ti en mi relato. No eres más que un personaje. En realidad no has cometido ningún crimen porque todos los "asesinatos" que has perpetrado no fueron contra personas reales, fueron contra otros personajes. No eres real y tu mundo tampoco. Por eso es una tontería que razones sobre la necesidad de suicidarte o no.

Después de estas palabras observe a mi personaje. Parecía a punto de morir. Su expresión era la del terror más absoluto y su boca se había abierto en una mueca de espanto. Estaba además terriblemente pálido. 
Después de esta dosis de realidad me decidí a volver a mi cama para acabar mi relato. Me acosté y eché un último vistazo a mi personaje.
Me miraba y parecía estar formándose una idea en su mente. Después de un rato de mutua observación se decidió a hablar y dijo: 

- Tú dices que yo soy el ente de ficción y tu el autor y que simplemente existo para dar sentido a tus palabras y entretener a la gente que las lea, pero ¿y si no es así? ¿Y si no soy yo el ente de ficción? ¿Y si tú eres un simple peón que me sirve como vehículo de comunicación con el resto del mundo? Es más, creo que es eso lo que eres. Creo que tu historia te ha superado. Recupero la narración.

Sonreí, triunfal.
Mi mente ya no pensaba en el suicidio, solo pensaba en que yo tenía que existir. Es imposible que no existiese. Tenía que ser real. Tenía que serlo.
Miré a mi supuesto autor. Era una persona grande, con una mirada vivaz y un pelo cobrizo sin peinar. Estaba totalmente perplejo ante mi deducción y se notaba que quería rebatirla, pero no podía. Abría y cerraba la boca como a punto de decir algo, pero nunca llegaba a emitir ningún sonido. 
Entonces, su cara se iluminó de nuevo. Sonrió, me miró a los ojos y dijo:

- Si de verdad te consideras una persona real y a mi un simple medio de comunicación, dispárame.

No sabía lo que tenía pensado pero creí que lo mejor sería cumplir sus deseos. Así podría centrarme de nuevo en el tema que realmente importaba, mi suicidio.

- Con mucho gusto -dije.

Levanté el arma y fui a apretar el gatillo pero no pude. Mi dedo no me respondía. Lo volví a intentar y nada. Otra vez. Otro fracaso. Mi dedo no se movía por mucho que mi mente insistiera, y mi autor reía. Entonces habló:

- No puedes dispararme porque dispararme implica mi muerte, y mi muerte implica la destrucción de tu existencia y de todo tu mundo, es decir, de toda mi creación. Si pudieras dispararme serías una verdadera persona con independencia, pero el hecho de que no puedas hacerlo demuestra que yo soy tu autor y tú mi personaje de ficción, y sin mí no puedes vivir. Ni tú ni el mundo que habitas. Y eso significa también que yo soy el que escribe tu historia y el que decide si mueres o no esta noche.

Me había quedado petrificado. Seguía intentando apretar el gatillo pero no podía. Me era imposible. Era incapaz de ello. Eso sólo podía significar que el que tenía delante tenía razón y yo no era más que un producto de su imaginación. No podía decidir por mí mismo.

- Y te diré algo más -mi autor habló de nuevo. Sus ojos estaban puestos en mi y había en ellos una mezcla de pésame y de crueldad-. Hoy no será el primer día del resto de tu vida. Puedes irte.

Después de escuchar estas palabras, la cama de mi creador fue alejándose hasta desaparecer, al igual que las paredes blancas que delimitaban mi visión. Poco a poco, la luminosidad fue bajando hasta volver a la oscuridad de la noche sin estrellas en la que me hallaba. Mi mente ya no brillaba ni debatía si debía suicidarme o no. Sabía que iba a morir esa noche. Así lo quería la persona con la que estuve hablando que no podía ser otra que mi autor.
Sin embargo, a pesar de que mi mente asumía que mi suicidio era inminente, mi cuerpo se resistía a morir.
Había decidido que era imprescindible para la sociedad y buscaba mi supervivencia. Con esta voluntad, aún no asumida por mi mente pero si por mi cuerpo, tiré la pistola lejos de mi alcance y avancé.
Y seguí caminando.
Y al llegar al taxi pensé que, en realidad, mi autor no decidía sobre mí. Era un personaje que le había ganado la batalla a su autor y podía decidir sobre su propio devenir. ¿O sería más bien que el autor se había apiadado de mi y había decidido dejarme con vida?
No lo sabía a ciencia cierta, la verdad.
Pero lo que si que creía es que había logrado sobrevivir.
Y con esta confianza emprendí la marcha a pie hacia la ciudad.

Y en ese momento llegó.
Un zumbido.
Un dolor intenso en la sien.
Caída.
Agonía.
Dolor.
Mi mente iba perdiendo toda su forma y su brillante oscuridad.
Mi visión se desvanecía.
Todo se difumino primero y luego se apagó.
Y por último perdí el tacto.
Ya no notaba si estaba tumbado o de pie.
Y por último, oscuridad.
Una completa y uniforme oscuridad.
Oscuridad total y absoluta.
Al final, mi autor tenía razón.
Hoy no iba a ser el primer día del resto de mi vida.






Y cuando todo había acabado.


Cuando todo era oscuridad.




Cuando todo era nada.






Cuando todo lo real no podía ser percibido por mí.









Surge una luz.

martes, 25 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 10

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 10

LA CAÍDA DE REICHENBACH


El colapso. 
La caída.
La caída de todos y cada uno de los fuertes muros de mi mente se producía con rapidez. Las bases ideológicas que mantenían estos grandes raciocinios en pie habían desaparecido por las palabras de un hombre al que había considerado inferior.
Tenía razón, ambos lo sabíamos. Mi mente lo había ocultado pero, ante la caída de los grandes muros que construían mi fortaleza, había vuelto a aparecer esa certeza, esa idea, esa desilusión que me acompaño en los primeros años de mi vida. La certeza de que pertenecía a una raza inferior. La certeza de que las grandes proezas no estaban destinadas a mi. Y todo ello por mi condición social y mi incapacidad de progresar. 
El progreso no estaba dentro de mis posibilidades, quizá tuviera ahora más dinero y bienes que antes, pero mi influencia no era mucho más notoria. 
Una de las cuestiones que rondaba ahora por mi cabeza es si podría sobreponerme y progresar o si moriría como lo que soy ahora. 
Otra de estas cuestiones era la de mi condición de hipócrita, la cual, de llegar a considerar mi incapacidad de progreso como verdadera, se vería confirmada.
También giraba en torno a mi la idea de que en realidad si estaba destinado a hacer algo grande. Mi grandeza podía venir dada por la desjerarquización de la injusticia de clases en la que venimos. 
O no. 
Tal vez nunca fuera capaz de conseguir eso.
Y en ese caso había dejado sin padre a dos familias. Una persona se lo merecía, la otra no. 
A menos que matara al banquero. 
Si, si no mataba al banquero la muerte del taxista habría sido un completo sinsentido. 
Y surgió de esa caída, de ese colapso negro y oscuro de lo que antes había sido mi brillante y oscura mente, una idea luminosa que ascendía como si de una bengala blanca se tratase.
Debía matar al banquero.


No sé cuánto tiempo estuve absorto observando la caída de mi palacio mental, pero cuando salí de él el banquero no se había matado y continuaba con la misma expresión. 
Sabía lo que hacer e iba a hacerlo. 
Lo que no me figuraba era la posibilidad de que el banquero se resistiera. 

Salté contra él con el cuchillo por delante. Lo tenía muy cerca cuando él se movió. Rodó sobre si mismo y se levantó. Yo había ensartado mi cuchillo en la tierra y cuando lo quité de allí el hombre ya estaba cerca del cadáver de su tío... y de la pistola. 
Corrí hacia él. Llegué justo cuando había recogido la pistola y le plaqué. Conseguí tirarlo al suelo y librarlo así de la pistola. 
De nuevo era yo el armado. 
Por desgracia, el banquero salió corriendo. Corrió y corrió a través de los árboles en dirección opuesta al vehículo. 
Yo lo seguía a una distancia de unos 5 metros todo el rato. 
Por suerte, mis años en el bosque me ayudaron en esta ocasión a superar los obstáculos propios del terreno. 
Se notaba que el banquero, a pesar de estar en una gran forma física (bastante mejor que la mía), tenía grandes dificultades para sortear estos obstáculos. Esto producía que, a pesar de llevar un ritmo mucho mayor que el mío, siempre estuviéramos a la misma distancia uno del otro. 
Pero entonces tropezó con un tronco y se esguinzó el tobillo al caer.
Cuando se intentó poner de nuevo en pie no pudo dar más de dos pasos hasta que yo llegué a su lado. 
Entonces lo agarré y lo llevé a un claro que teníamos cerca. Le mandé sentarse y hablé. No sé por qué, pero hablé. Supongo que ese monólogo era el resultado de alguna elocuencia de mi mente que había escapado al derribarse los muros.

- He pensado en lo que dijiste antes y he llegado a la conclusión de que, en realidad, sólo hay dos clases de personas. Las que asumen el rol que les ha venido dado desde nacimiento y las que no quieren asumir esta realidad.

A medida que hablaba, iba haciendo numerosas pausas y dejaba a mis palabras flotar en el aire. Al mismo tiempo iba dando la vuelta alrededor del banquero y me colocaba a su espalda. Proseguí:

- Y las dos merecen morir.

Estas fueron las últimas palabras que pronunciaría delante de un ser humano. Y al terminar de pronunciarlas, deslicé la hoja de mi cuchillo alrededor de la garganta de mi víctima.
Como producto, un chorro de sangre brotó del cuello del banquero, que después de unas últimas y violentas convulsiones, murió.

Mi cuchillo cayó al suelo. 
Acababa de realizar la idea que había surgido de mi mente moribunda y ya no sabía que hacer.
Volví a observar en el interior de mi mente y comprobé que la demolición había sido completa. Ya ni rastro quedaba de mi querido dogma que tan fielmente me había guiado. Los pensamientos que había mantenido bajo llave había salido al exterior y atormentaban a mi ser. Uno de ellos me hizo ver el reloj. 
Eran las 2:00 del día 5 de febrero. Hoy era mi cumpleaños y tenía 25 años. 
Después de constatar este hecho volvía a ver en mi mente. Casi todas las ideas que justificaban las tres muertes que había provocado habían desaparecido.
Sólo quedaba una fuerte creencia que no había sido destruida. Y ésta era la inequívoca e indestructible certeza de que la sociedad en la que vivimos no está bien y hay que hacer algo para cambiarla.
A pesar de ésto, un torbellino de ideas malignas colapsaba mi ser. ¿Era en realidad un hipócrita? ¿Pertenecía a una clase inferior? ¿No era quién de llevar a cabo la remodelación de la sociedad? ¿Fracasé como persona? ¿Sería capaz de resarcirme?
Y la más inquietante de todas, ¿merecía en realidad morir o debía permanecer vivo para remodelar la sociedad y luego darme muerte?


Cuando choqué con algo salí de mi mente. Había pisado el cadáver del tío del banquero. Había vuelto al punto en el que se había iniciado la demolición de mi mente, y por escisión, de mí mismo.
Y en el suelo había una pistola.
No muy cerca de mí. 
Al alcance de mi mano. 
Una idea surgió en mi caótica mente.
Coge la pistola.
Cogí la pistola. 
La tenía en mi poder y en ese momento surgió en mi mente una pregunta aún más brillante y poderosa que la que me había llevado a matar al banquero.

¿Debía suicidarme?

A partir de esta pregunta surgieron una cantidad asoballante de ideas que defendían una u otra postura.
Mi mente se colapsó.
Yo me colapsé.
Y cuando todo era en mi mente irritantemente brillante y asombrosamente confuso, una voz se elevó en la quietud del claro en el que me hallaba.

- Creo que esta decisión no es una decisión que tú puedas tomar.

lunes, 24 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 9

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 9

COLAPSO


Las 21:00. 
Esperé a que el banquero llegara y lo vi salir del trabajo. 
Subió al taxi y dijo:

- Buenos días.

Puse la primera grabación.

- Buenos días, ¿a dónde vamos a ir?

Sonó la voz del taxista desde mi móvil como si yo hubiera pronunciado esas palabras. El banquero no debió percatarse del engaño porque respondió con gran naturalidad:

- A donde siempre, ¿a dónde vamos a ir sino?

Luego rió. Poco me importaba la dirección a la que nos dirigíamos ya que íbamos a ir a una bien distinta.
Puse la segunda grabación.

- Claro, le llevaré.

El hombre rió ante la formalidad de esas palabras creyéndolas una broma. La mejor víctima que se puede tener es aquella víctima confiada.
Me dirigí hacia las afueras de la ciudad y puse la tercera y última grabación para intentar despistar al banquero.

- Estos últimos días no están siendo nada fructíferos. El negocio se desmorona. En fin, es lo que tiene la recesión esta ¿no cree? Vivimos tiempos duros en verdad. El paro aumenta, la prima de riesgo aumenta, los impuestos aumentan,... Lo único que debería subir, que son los salarios y el empleo, baja. Tiempos locos, ¿no cree? Tiempos duros en los que vivimos... En fin, es lo que toca. Hay que aguantar.

Y surtió el efecto deseado. El banquero inició una larga conversación en la que discernió sobre todos los aspectos de la sociedad y la crisis en la que vivíamos. Me limité a asentir con la cabeza y soltar gruñidos de asentimiento.
Mientras tanto, avanzamos hacia las afueras sin que el banquero se percatara. A veces, los hombres poderosos pueden llegarse a creer tan intocables que se vuelven confiados, estúpidos y poco observadores. La otra posibilidad es que la casa del banquero estuviera en las afueras. Creo que era una mezcla de las dos.
Eran ya las 21:30 cuando llegamos al mismo lugar a dónde había llevado al taxista unjas horas antes.
Paré el coche y el banquero interrumpió su largo monólogo y dijo riendo:

- ¿Qué haces, tío? Aún no hemos llegado.

Me giré en el asiento para mirarle directamente.
Aunque hubiera en su rostro una expresión de tranquilidad y una sonrisa, se advertía una sombra de inquietud debajo de todo esto. De repente dijo:

- ¿Desde cuando tus ojos son verdes?

Yo saqué mi cuchillo y lo situé peligrosamente cerca de su garganta. Vi su mano. Estaba a medio camino de su bolsillo. Me acerqué a él y le quité la pistola que guardaba en ese bolsillo. La dejé en la parte delantera del coche y le indiqué por señas que saliera.
Una vez fuera le puse el cuchillo de nuevo cerca de la garganta y le indiqué que anduviese hasta el bosquecillo.
Llegamos a él y el hombre casi vomita al ver a su tío muerto. 
Supongo que lo que más le llamó la atención fue que no tuviera rostro alguno.
En ese momento lo dejé libre.
Se acercó a mí lentamente y dirigió su mano hacia mi rostro.
Entonces, tiró. Y mi "piel" se desprendió, dejando al descubierto mi verdadero rostro, bañado en sangre, y mi pelo, normalmente rubio, ahora más bien pelirrojo. 
El hombre se quedó petrificado viendo la cara de su tío. La dejó caer, se dobló por la cintura y vomitó. 
Después de limpiarme un poco la cara, le dejé el pañuelo para que se limpiara la boca Mi único acto de bondad hacia ese hombre, que fue rechazado.
Y comencé a hablar:

- Para ti no soy nadie. Sin embargo, aquí te tengo, ¿no?. Ni todo el dinero que tienes te ha protegido de que la justicia se cumpla. El humano es un ser de costumbres, y son esas costumbres, por seguras que sean las que le condenan al final. En tu caso fueron esas costumbres y tu remarcada estupidez. ¿Creías que por tener el rosto de tu tío ya iba a ser él? Un rostro es algo transferible, como bien has podido comprobar. 
>> Lo que más pena me da es que fue un simple gesto lo que te condenó y lo que te lleva a estar hoy aquí. Creí que eras una buena persona, que ayudabas con tu dinero a las personas que lo necesitaban. Como yo hago. Sin embargo, un día te vi patear a un mendigo en la Puerta del Sol y me di cuenta de tu gran hipocresía. ¿Sabes qué es lo que hace que este mundo sea tal y como es? Tan corrupto y sucio, tan injusto e inerte, tan oscuro y falto de voluntad. ¿Sabes lo que crea esto?
>> La hipocresía. Sobre todas las cosas. La hipocresía es la que crea esta sociedad. Vive en casi todas las personas influyentes y en muchas de las no influyentes. Y yo creo que ese pecado se puede eliminar. Creo que yo puedo erradicarlo.
>> No malinterpretes la palabra pecado. No hablo de un pecado eclesiástico. No, la Iglesia promociona la hipocresía. Hablo de un pecado como si de una falta grave contra la sociedad se tratase. A falta de una palabra mejor creo que este término es bastante exacto.
>> En fin, la hipocresía, asqueroso banquero bastardo, ha sido tu pecado. Y vas a sufrir por él. No vas a ver amanecer otro día. No vas a disfrutar de la vida más allá de este día. Créeme cuando te digo esto. Soy un hombre de palabra, de verdad. Puedes confiar en mí. Así que dime, ¿cuáles quieres que sean tus últimas palabras?

La expresión del banquero parecía haber ido ensombreciéndose a medida que avanzaba mi largo monólogo. Sin embargo, a la vez que se ensombrecía aparecía en ella una media sonrisa. Y esta media sonrisa se fue ensanchando a la vez que su rostro se ensombrecía y asimilaba que no iba a salir vivo de allí. Cuando acabé mi alegato, habló con una voz clara y cargada de convicción: 

- La hipocresía, ¿no? ¿Ése es mi "pecado"? Pues vaya sorpresa... Sí, toda mi vida fui un hipócrita con mis actos benéficos, mis donaciones y mi caridad. Nunca soporté a ningún vagabundo, mendigo, pordiosero o leproso. Son lo peor de la sociedad. Repugnantes. Asquerosos. Ellos son los que destruyen nuestra sociedad, no nosotros. Te diré un secreto, joven. En el mundo hay 2 clases de personas, los que nacen para ser grandes y los que nacen para ser parte de la intrahistoria cotidiana de la realidad humana. Y siento decirlo, pero tú eres parte de la segunda clase, aunque creas pertenecer a la primera y lo quieres demostrar intentando acabar con esta jerarquización. Y lo sabes. sabes que eres corriente. Lo demuestras haciendo lo que haces. Si mi pecado es la hipocresía y merezco la muerte, y de verdad te digo que no lo niego, ¿tú que mereces? Mereces correr peor suerte que yo, ya que yo intento engañar a los que me rodean, sin embargo, tú intentas engañarte a ti mismo. 

Después de esas palabras ninguno de los dos se movió.
No sé si os habrá pasado alguna vez, pero cuando todo en lo que crees se viene abajo tu mente se colapsa. Y en ese momento mi mente, tan negra, tan oscura, tan profunda, tan enorme, tan brillante, tan fría, se estaba colapsando.

domingo, 23 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 8

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 8

TODOS MORIMOS, LO IMPORTANTE ES EL CÓMO Y EL POR QUÉ


Mis días felices se acabaron al conocer a mi próximo objetivo.
La verdad es que habían durado bastante. Unos cinco años en los que había ascendido aún más en el trabajo y había vivido bien conmigo y con mi obra. Poco más había pasado. La policía nunca logró inculparme ni tampoco sabían nada de quien podía haber sido el asesino. El expediente se cerró y la investigación se paró a los dos años de haber empezado. A nadie le importó demasiado. El tema había sido olvidado.
Se había difuminado como si de una gran columna de humo se tratará.
Era un banquero. Un hombre importante. Tenía dinero y prestigio. 
Era un hombre bien considerado, colaboraba con asociaciones benéficas. Creí que era un buen hombre hasta que lo reconocí caminando por la Puerta del Sol. Un mendigo se le acercó a pedirle una mísera limosna y él lo evite de mala gana. El mendigo insistió. Y el hombre, en vez de darle una pequeña parte de esa gran fortuna que tenía decidió noquearlo de un golpe.
Yo fui el único que observó esto. No había nadie más por el lugar a aquellas horas.
Este incidente me hizo reflexionar sobre la verdadera personalidad del hombre y llegué a la conclusión de que no era ningún altruista. La caridad que practicaba solo le servía para aparentar y publicitar su persona, no le importaba lo más mínimo la sociedad.
Y son la hipocresía y la avaricia los gérmenes de esta sociedad corrupta en la que vivimos. No podía permitir que estas progresaran. Tenía que matar a ese hombre e intentar ayudar de nuevo al colectivo.

Pronto me dí cuenta de que este banquero estaba realmente bien protegido, no como mi anterior víctima. Sólo había un período en todo el día en el que estuviera realmente desprotegido, cuándo volvía a casa desde el trabajo. El único inconveniente es que cogía siempre un taxi. El mismo taxi. Era el taxi de un familiar suyo que iba a recogerlo a la salida de su empleo todos los días laborales a las 21:00. 
Para tener al banquero sólo había de tener al taxi, y tener el taxi era muy fácil.
Solicité el taxi a las 16:00. Me recogió en mi apartamento. Entré en el taxi con el móvil encendido y empecé a grabar.

- Buenos días. ¿A dónde vamos a ir?

Detuve la grabación. 

- Me podrías llevar al monte del Alba. Pagaré por adelantado, si es necesario.

Preparé la grabadora.

- Claro, le llevaré -respondió el conductor. Paré la grabación-. No es necesario que pague por adelantado. Hasta las 21:00 no tengo que atender a ningún otro cliente importante.

Puso el coche en marcha y se dirigió hacia las afueras. Habían pasado quince minutos y estábamos llegando cuando volví a preparar mi grabadora. 

- Está usted muy callado. ¿Acaso no tiene nada que contar? -pregunté.

Puse a funcionar la grabadora.

- Poca cosa, la verdad. Estos últimos días no están siendo nada fructíferos. El negocio se desmorona. En fin, es lo que tiene la recesión esta ¿no cree? Vivimos tiempos duros en verdad. El paro aumenta, la prima de riesgo aumenta, los impuestos aumentan,... Lo único que debería subir, que son los salarios y el empleo, baja. Tiempos locos, ¿no cree? Tiempos duros en los que vivimos... En fin, es lo que toca. Hay que aguantar.

Paré la grabadora. Ya valía. Respondí al señor con una frase.

- A tiempos desesperados, medidas desesperadas.

- Que razón tienes, joven, que razón... Pero nadie se atreve a aplicar esas medidas. En fin, una pena, una pena. Al menos un servidor va ganándose la vida como puede. Y aunque no pudiera, es bueno saber que mi sobrino, sí, mi sobrino, es el mismísimo Andrés Portas. El banquero, sí señor. ¿Le conoce usted? -asentí-. El caso es que es muy buen chico. Sabe como está el panorama y por eso me manda a recogerle todos los días. Nunca vuelvo a casa con los bolsillos vacíos por ese muchacho. Que Dios le asista.

Al nombrar a Dios dejé de prestar atención al conductor y me centré en lo que iba a hacer. Él seguía hablando, aún siendo consciente de la falta evidente de un receptor que asimilará sus palabras. A veces la gente puede ser realmente tediosa. Es muy frustrante cuando eso ocurre.
Cuando llegamos a una carretera con sendas arboledas a ambos de la misma consideré que nos habíamos alejado bastante de la ciudad, interrumpí la perorata insoportable sobre las muchas virtudes de su sobrino del taxista, le puse una pistola en la sien y le dije:

- De ti depende que salgas de vida con esta. Si bajas del coche con calma y me sigues hasta los árboles, vivirás. Sino, te meteré una bala en el cráneo ahora mismo.

El cochero no se giró. Abrió con mucha lentitud la puerta y salió del coche. Me siguió hasta la arboleda y una vez allí le mandé pararse y hablé:

- Te mentí. Lo siento. Ibas a morir hicieras lo que hicieras.

Le disparé y la bala fue a parar a su corazón. Me acerqué más y le disparé otra bala al corazón para que no sufriera.
Saqué un trapo de un bolsillo y limpié el arma. Luego la tiré al lado del cadáver. No la necesitaría.
A continuación, cogí mi cuchillo y me arrodillé al lado del hombre. 
Y empecé.

Acabé a las 20:15. Tenía tiempo de sobra de ir a por el sobrino del desafortunado taxista. 

Este es un buen momento para que me juzguéis. Quizá la muerte de este taxista fuera injusta, sí. Pero nunca innecesaria. Nunca hago nada innecesario o sin razón. Todo está siempre relacionado. Y esta muerte era de vital importancia para el desarrolló de la siguiente. Y la siguiente haría del mundo un lugar un poco mejor.
Eso era lo único que buscaba. Mejorar el mundo.
En ese momento no me sentía arrepentido por lo que había hecho. Estaba tranquilo. Mi mente estaba tranquila. Tranquila y oscura. Oscura y profunda. Oscura y brillante. 
Y en ese momento mi mente pensaba que todos morimos, lo importante es el cómo y el por qué. Y el por qué de este hombre había sido una noble causa.
El cómo, sin embargo, había sido rápido.
Poco más se puede decir de ese cómo.
Y en ese momento ya sabía que el cómo del barbero no iba a ser rápido.

sábado, 22 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 7

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 7

LAS CONSECUENCIAS DE UNA MUERTE



A la mañana siguiente había un gran revuelo por la muerte de mi primera víctima. Todo el mundo estaba muy contento, lo celebraban. Nunca había sido un hombre muy respetado ni querido. 
Lo que me pareció más curioso de ese momento fue el hecho de que todos los que le habían acompañado en las reuniones, le habían apoyado, le habían adulado, se habían intentado acercar a él,... estuvieran ahora maldiciendo su nombre y celebrando su muerte.
La hipocresía humana es un fenómeno realmente estimulante e impactante para el casual y aventurado observador urbano. Y lo más curioso es que esa hipocresía se concentra en las ciudades y se acrecenta en los lugares en los que hay dinero en juego. 
Nadie buscaba un culpable al asesinato, pero si buscaban un sustituto para el asesinado. Alguien que ocupara su puesto.
Al final ascendieron a uno de mis jefes. Se lo merecía, era un hombre aplicado.
Yo seguía trabajando. Y mi trabajo iba dando sus frutos. Y esos frutos no pasaban desapercibidos para los altos cargos. 
El puesto del jefe que había ascendido al puesto de mi víctima fue ocupado por otro de mis jefes, y el puesto de ese segundo jefe fue ocupado por un tercero. Y el puesto de ese tercer jefe fue ocupado por mi.
En resumen, tenía a mi cargo a 3 hombres y contaba con un laboratorio entero para mi y mi equipo, además de cierta libertad de investigación.
Mientras yo y mi nombre ascendíamos en la empresa, pasaba lo mismo entre la prensa. Un joven de 19 años con un cargo importante en una de las mejores empresas de investigación continentales era una sorpresa, pero si donaba la mitad de lo que ganaba a la caridad era una noticia.
Así ocupe durante algunos días algunas páginas de diversos periódicos locales, regionales, autonómicos y hasta estatales. 
Por suerte, mi nombre nunca se relacionó con el de mi víctima.
La policía estaba más que consternada con el crimen. Hacía tiempo que no se veía un delito semejante en la localidad viguesa. Y lo más extraño era la falta de pruebas. Era el "crimen perfecto". No había huellas, no había marcas, no había indicios. Simplemente perfecto.
¿Me gustaba mi vida actual? Claro que si. Tenía a todo el cuerpo de policía estudiando un crimen que yo había producido y sin llegar a ninguna conclusión. Cobraba más y donaba más a la beneficencia, por lo que me sentía más realizado. Y lo que era aún más importante, sentía que había ayudado a mejorar el mundo quitando a ese hombre de en medio.
Me sentía bien, sí. Muy bien, a decir verdad. Genial. Fueron de los mejores momentos de mi vida.
Sin embargo, pronto me di cuenta de que en el mundo hay más de una manzana podrida. Y si yo no las erradicaba, nadie lo haría.

La quimera del oro (1925)

Acabo de ver La quimera del oro, protagonizada, escrita y dirigida por Charles Chaplin. 
Es una de las numerosas comedias mudas de Charles Chaplin, y, según varias fuentes, la mejor comedia muda de Chaplin y una de las mejores de la historia. 
Trata la situación de un frustrado buscador de oro durante la fiebre del oro de Alaska (Charles Chaplin). En esta película lo que más me llamó la atención es el personaje de Chaplin. Era un hombre tímido pero valiente, flacucho, bajito, débil, ... Y sin embargo, se convierte en triunfador por su perseverancia.
Es una película entretenida y divertida de la que hay poco que comentar. Tiene muchas escenas muy buenas, como una en la que Chaplin hace un simulacro de baile con unos panecillos ensartados en tenedores o otra en la que Chaplin se come una bota. Sin duda, lo mejor de la película es la actuación de Chaplin, con su bombín, su bastón, su atuendo de vagabundo y su bigote característicos.








Hay una versión remasterizada y con sonido de esta película, pero os recomiendo ver la versión original. El cine mudo no pierde nada por no tener sonido y muchas veces es mejor sin las voces de los actores que con ellas.

Para acabar, durante esta semana que entra me voy a animar a ver Un perro andaluz, una película surrealista de Luís Buñuel y Salvador Dahlí. Así que para la semana toca reseña de esa película. Espero poder entenderla.

domingo, 16 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 6

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 6

SOLO


Mis pasos repiqueteaban sobre el suelo de cemento del puerto.
Supongo que esos pasos tienen un significado muy distinto para el asesino y para el que va a ser asesinado. Para mí significaban ir acercándome un poco más a la vida. A sentirme vivo de nuevo. Ese tipo de vida que había experimentado hacía 4 años en los bosques de Mondariz y que estaba a punto de experimentar ahora de nuevo.
Estaba seguro de que la volvería a experimentar. Lo sabía con certeza.
Y él también. 
Notaba que para él mis pasos tenían un significado radicalmente opuesto. Si a mi me acercaban a la vida, a él le alejaban.
Yo lo sabía y él también. 
Sus horas estaban contadas. 

-¿Crees que esa es manera de dirigirte a un superior? -preguntó.

Bien, me conocía. Albergaba algunas dudas, pero supongo que mi fama era bastante amplia.

-Exacto -respondí-. Esa no es manera de dirigirse a un superior. Deberías guardar mucho más respeto hacia mi figura y menos a tu asquerosa, sucia, avara y fachendosa persona. Me repugnas. Para mi no eres más que un estorbo para la sociedad. No estas ni a la altura de las ratas con las que investigo. Y si a ellas no les guardo demasiado respeto, a ti tampoco debería. 
>> 10 años. Llevas 10 años ganando más o menos 1 millón de euros al mes gracias al increíble trabajo de tu padre y, sin embargo, nunca diste nada a nadie más que a ti y a los tuyos. 
>> 10 años. 10 años en los que has explotado los proyectos que tu padre llevó a cabo y nunca has pensado en ayudar a alguien que esté en la misma condición en las que estaba tu bendito padre.
>> 10 años. En 10 años y con todo el dinero que tienes podías haber cambiado totalmente la vida de miles de familias. Podías haber transformado la sociedad. La podías haber cambiado al completo. Pero no. Decidiste enriquecerte y vivir del trabajo de tu padre. Muy bien, no sé por qué hago esto y créeme cuando te digo que nada de lo que digas va a cambiar tu futuro más inmediato, pero te doy la oportunidad de que te expliques. Explícame por qué decidiste hacer lo que hiciste. Explícamelo bien, para que pueda llegar a entender lo que motiva a un hombre a ser como tú.

Mi caminar lento me había llevado a situarme justo al lado de él.
Nuestras narices casi chocaban unas con otras. Mi aliento iba a parar a su cara. Mi mirada se fijaba en la de él con fuerza. Y sabía que él iba a morir.
Y mi mente estaba tranquila.

-Para que unos pocos puedan tener el poder muchos han de renegar de él.

Esperé. De verdad creí que iba a continuar. Sin embargo se calló.
Y esas fueron sus últimas palabras.
Creo que eran las palabras perfectas para ser las últimas de un hombre como él. Unas palabras repulsivas de un hombre repulsivo.

Y nos fuimos quedando solos. 
El mar, el cielo, ese hombre y yo. 
Nos robaron las estrellas y el viento. 
Y nos fuimos quedando solos. 
El mar, el cielo, ese hombre y yo.

-Unas últimas palabras realmente decepcionantes. Pero tú eres decepcionante, al fin y al cabo. No espero que entiendas lo que va a pasar. Y créeme cuando te digo que va a pasar. Ya no puedes evitarlo. Simplemente te diré que te odio. Y cuando odio algo se forman demonios en mi interior. Unos demonios oscuros que en ningún caso quiero que desaparezcan. ¿Y sabes que hago con ellos?

Le tapé la boca para que no pronunciará ninguna palabra y esperé a que negara con la cabeza. Cuando lo hizo proseguí.

-Los escondo. Los escondo con celo. Lo curioso es que es muy difícil encontrar un lugar donde esconder todos los demonios que me produces tú. Demonios negros, negrísimos. Casi tan negros como el espectacular panorama que tenemos hoy. Un bonito panorama para morir. Un panorama precioso, ciertamente. Pero el caso no es ése. El caso es que he encontrado el sitio donde esconder "tus" demonios. ¿Sabes dónde?

Otra negación con la cabeza. 

Una respiración suya.

Una respiración mía.

La tensión aumentaba a pasos agigantados.

Notaba later su corazón y el mío y sabía que uno de los dos dejaría pronto de later.

En ese momento puente me di cuenta de que las estrellas habían desaparecido, así como la Luna. Sin embargo, prevalecía una luz.

Era la luz de un pequeño faro.

Era un pequeño faro con una pequeña luz que parecía enorme habida a cuenta la enorme oscuridad del cielo que nos rodeaba. 

Y esa luz era verde.

Esa luz verde anunciaba un futuro orgiástico para mí. El mismo futuro que vaticinaba al señor Gatsby. 

Un destello. 

Otro destello. 

Otro destello. 

Un último destello. 

Una pausa. 

Y vuelta a empezar.

Mientras miraba ese faro sabía muy bien lo que hacer. Miré una última vez el pequeño gran destello y fijé mi vista en la del hombre que tenía tan cerca. 

-En ti.

Y le clavé mi navaja.
Primero en el diafragma para que no pudiera respirar.
Luego en los el estómago, para que sufriera. Lo senté en la barandilla del puerto.
Lo vi desangrarse y proseguí. 
Le rasgué los bolsillos, le robé la cartera y la tiré al mar. 
Luego, le quité la chaqueta. 
Y luego la camisa. 
Dejé su torso desnudo en frente de mi, como si de un lienzo se tratara, y empecé a escribir. 
Escribí con mi navaja en todo su torso una sola frase. 


Para que muchos alcancen algo de poder, unos pocos poderosos deben morir.


Después de eso, cogí mi navaja y se la introduje en la boca.
Tiré y rasgué su piel hacia arriba. 
Volví a hacerlo por el otro lado.
Una sonrisa.
Una sonrisa ancha y sangrienta.
La última sonrisa que este hombre esbozaría.
Una sonrisa porque por una vez había contribuido a mejorar nuestra sociedad. 

El hombre ya estaba muerto. 
No había duda.
Posiblemente había muerto cuando le agujereé el diafragma, quien sabe.
Pero yo notaba ahora que había muerto.
Lo notaba por qué sentí que me había quedado solo.
Limpié mi navaja y me fui.

Y me fui quedando solo.
Sin el mar, sin el cielo, sin el hombre.
Solo.

sábado, 15 de febrero de 2014

Sweeney Todd

Una de las películas de Tim Burton con su pareja de actores estrella, Johny Depp y Helena Bonham Carter.
Esta película es una adaptación del musical 'Sweeney Todd, el diabólico barbera de la calle Flint' y es mi pelicula-musical preferido, por delante de 'Moulin Rouge' o 'Los Miserables'.
La película trata de la vuelta a Londres de Sweeney Todd (Johny Depp), antes conocido como Benjamin Barker. Sweeney Todd pasó 15 años exiliado por culpa del juez Turpin (Alan Rickman) que lo denunció con una falsa acusación para conseguir enamorar a la mujer de Sweeney Todd. Lo primero que hace este hombre al llegar a Londres es dirigirse a la calle Flint, dónde tenía su barbería. En el bajo del edificio encuentra a la Sra. Lovett, que dirige un negocio de empanadillas en decadencia. La principal preocupación de Sweeney es encontrar a su mujer y a su hija, y para eso recibe la ayuda de la Sra. Lovett. Los dos juntos empiezan a superar dificultades y a acercarse al juez Turpin, que tenía a la hija de Todd bajo su tutela. Para conseguir esto tienen que mejorar la imagen de la barbería y la tienda de empanadillas, así como aumentar la fama de Todd como barbero. Para ello llevan a cabo una "medida desesperada" para conseguir carne para las empanadillas y clientes para la barbería.
La película tiene los característicos colores oscuros de Tim Burton y trata uno de los temas más turbios de todas las películas de este autor de una forma que a este hombre se le da bastante bien (como demuestra en 'La novia cadáver' o 'Pesadilla antes de Navidad'), cantando.





La película tiene un montón de escenas de una calidad tremenda. Mis preferidas son estas:


Epiphany




The Contest





Pretty Women





En definitiva, es una película con un ritmo algo lento al principio, pero que va cogiendo ritmo rápidamente, con un final impactante e inesperado, una gran banda sonora (aunque se echa en falta a Danny Elfman, habitual compositor y gran amigo de Tim Burton) y un montón de escenas de gran calidad (como cabría esperar observando al director y al reparto). A todo aquel que le gusten los musicales y el cine de Tim Burton se la recomiendo, una gran película.




Un retrato de la humanidad 5

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 5

UNIVERSIDAD


La Universidad.
La verdad es que la consideraba un verdadero reto para mi intelecto, la prueba final, por así decirlo. Tenía 8 horas de clases todos los días y unas 10 materias, entre las dos carreras.
Las clases de Biología eran bastante aburridas, ya que la mayoría de conocimientos que me estaban intentando enseñar ya los conocía por mi experiencia, tanto con mi odioso tutor como con mis expediciones por Mondariz.
Tan aburridas eran las clases que deje de ir, ya que repasando un poco los contenidos del libro había conseguido sacar sobresalientes en todas las materias. Y así continuó siendo los 3 años restantes de la carrera. Saqué mi título de Biólogo sin acudir a clase.
Sin embargo, Anatomía era otra cosa. Los conocimientos que nos intentaba inculcar el profesor eran, en la mayoría de los casos, desconocidos para mi, por eso tuve que aplicarme al máximo.
En 4 años ya tenía dos títulos universitarios, uno por Biología y otro por Anatomía. Os preguntaréis porque paso tan rápido por esta etapa de mi vida. Pues bien, eso es simplemente porque odiaba a todas y cada una de las personas de la Universidad. Todos tenían la mente terriblemente vacía. Me daban pena, en realidad, y lo solía demostrar públicamente, lo que me hizo ganarme la animadversión de la mayoría del estudiantado y el profesorado. Era odiado por todos, pero yo les odiaba también. Y mi odio siempre fue más fuerte que el suyo.
Tenía 19 años, una de las medias más altas del continente, una mentalidad ambiciosa y una mente prodigiosa.
Muchas empresas se rifaron mis servicios. Me llegaron ofertas de Londres, de París, de Berlín, de Madrid, de Barcelona, de Viena, de Estocolmo, de Moscú, de Olso, de Nueva York y hasta de Praga. Eran ofertas muy interesantes, muy bien asalariadas, con alojamiento incluido y con grandes responsabilidades.
Iba a escoger la oferta de Nueva York, sin duda la mejor que había recibido, cuando me llegó una oferta del centro más prestigioso de Europa, ubicado en Vigo.
Su nombre era Voltox y habían realizado los mayores descubrimientos científicos del siglo. Llevaban siendo pioneros desde hacía 30 años. Y me querían entre ellos.
Era el trabajo soñado. Vivía solo en Vigo, cobraba 20000 euros mensuales y trabajaba desentrañando los mayores misterios de la ciencia contemporánea. La mitad del dinero que cobraba lo donaba a diferentes organizaciones benéficas que ayudaban a mejorar la situación de los más desfavorecidos en el mundo.
De este modo sentía que ayudaba un poco a cambiar esta sociedad.
Pero a base de conocer a alguien me di cuenta de que 10000 euros mensuales no cambiarían en nada esta sociedad.
Este hombre se llamaba Pablo Fernández y era parte de Voltox. En realidad, tenía un cargo muy elevado dentro de la empresa.
Vivía muy cómodamente en un chalet a las afueras y contaba con 2 casas de verano, una en Cangas y la otra en Ferrol.
También tenía un yate de 20 metros de eslora y suficiente dinero como para vivir sin tener que trabajar el resto de su vida.
Su padre fue uno de los fundadores de Voltox y donaba grandes cantidades de dinero a diferentes organizaciones. Ese dinero lo había ganado él con su propio trabajo, ya que ascendía de una familia bastante pobre de Pontevedra.
Pero su hijo no compartía esta idea de la beneficencia. Era una persona caprichosa, crecida en el seno de una familia acomodada y que nunca pasó hambre o penurias.
Ni un céntimo de sus ganancias era destinado a las clases bajas de la sociedad.
Me di cuenta de que era ese tipo de gente la que hacía que nuestra sociedad sea como es y me di cuenta de que es esa gente a la que hay que eliminar para conseguir derrumbar esta sociedad y crear otra.
Y, aunque desde el incidente del ciervo no había vuelto a matar, mis instintos se activaron.
Estuve espiando las conductas de ese hombre para intentar encontrar algún momento en el que estuviera sólo y, aunque tarde 2 meses, lo encontré.
Solía pasear por el puerto de Vigo todos los viernes cuando el Sol ya se había puesto. Solía hacerlo sólo. En realidad no era un paseo, era más bien un viaje, ya que desde el puerto se dirigía a las zonas turbias de la ciudad a mezclarse con las hijas de la calle.
Podríamos considerar estos viajes su único acto de caridad.
Tracé con rapidez mi plan y un día conseguí interrumpir sus paseos.
Estábamos los dos solos. No había nadie más en todo el puerto.
El Sol se había puesto. El cielo, el mar y las montañas de la península del Morrazo parecían juntarse para conformar un enorme lienzo de color negro manchado por algún punto de luz brillante.
Gigantesco.
Impresionante.
Impasible.
Profundo.
Y negro, negrísimo.
Y en ese panorama nos encontrábamos los dos.
El millonario avaro y el nuevo rico caritativo.
Y mi voz sonó por primera vez desde hace mucho tiempo con un tono exento de sentimientos. Un hilo de voz, ni muy alto ni muy bajo, ni muy grave ni muy agudo, simplemente amenazador.

-Alguien ha estado desaprovechando su vida y sus recursos. Y alguien tendrá que remediarlo, ¿no crees?

jueves, 13 de febrero de 2014

La buena música

Hoy voy a hablar de uno de los mejores compositores de la historia del rock. Compuso canciones para todos los grandes grupos del momento. U2, Guns n' Roses, The Rolling Stones,...
Hablamos de Robert Allen Zimmerman, más conocido como Bob Dylan. Este cantaautor escribió multitud de canciones durante su vida. Nació en Minnesota y ya desde pequeño mostró un gran talento para la música. Mucha gente lo considera el mejor compositor de la historia del rock, y no sin razón. Se podría equiparar a John Lennon, aunque a mi me parece mejor Bob Dylan. La revista Rolling Stone elige, en su lista de las mejores 500 canciones de rock de la historia, a Like a Rolling Stone (compuesta por Bob Dylan a sus 24 años) la mejor canción rock de la historia.
En esta revista, Bob Dylan habla de cómo compuso esta canción y dice: "La escribí. No fallé. Salió del tirón”.

Sobre Bob Dylan poco más hay que decir. Fue un cantante que destacó por su música, no por su aspecto o sus palabras, y por eso la mejor forma de describirlo es con su música. Aquí os dejo mis 3 canciones favoritas.


Like a Rollin' Stone





Times They Are-A Changin'





Knockin' on Heaven´s Door





Feliz día de San Valentín

miércoles, 12 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 4

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 4

DOGMA



Desde ese momento en el río nada volvió a ser lo mismo. La gente que me rodeaba no se percató de mi cambio, pero éste fue más que significativo. Todo mi ser se vio afectado de una u otra manera. Pero lo que más cambió fue mi mente.
Si antes de esa experiencia mi mente era brillante, ahora refulgía en un apagado tono escuro. Quiero decir que mi mente era aún más brillante, más aguda, más perspicaz que antes, pero también era más sórdida, más oscura, más profunda, más calmada y, sobre todo, más libre. 
En aquellos momentos mi mente empezó a volar como la mente de dios, y eso me permitió expandir mis conocimientos a límites insospechados. 
Pasaron muchas cosas interesantes en este período, hacía un año me habían promocionado otro curso más, por lo que con 15 años ya estaba cursando el último curso de educación pública. Lo siguiente sería la Universidad.
Y la Universidad era un intenso debate en mi casa. Mi padre defendía la importancia de que estudiara artes escénicas, ya que veía en mí al nuevo Alfred Hitchcock, mientras que mi madre me empujaba hacia las ciencias, en especial hacia la Medicina.
Sin embargo, aunque tuviera sendos conocimientos en ambos campos, ninguna de esas carreras llamaba mi atención. 
Entonces, llegó la propuesta de mi tutora y profesora de Biología, una de las únicas personas a las que toleraba, junto a mis propios padres. Me planteó la posibilidad de realizar una carrera conjunta de Biología y Anatomía, ya que sabía que yo estaba interesado en ambos temas. 
La propuesta me gustó desde el principio. Sería una tarea imposible de realizar para la mayoría de la población, que no conseguían acabar una carrera sola, menos aún dos al mismo tiempo; sin embargo, yo me veía más que capacitado para esta tarea. Creo que fue la primera vez que realmente me sentí motivado a realizar algo, y por eso me esforcé al máximo en sacar una buena nota en Selectividad para optar a una buena Universidad y, lo más importante, a una buena beca. 
Saqué la máxima nota en Selectividad, elegí la Universidad de Vigo y el Estado me costeó todos los costes de la carrera, libros inclusive.
Entré en la Universidad con 15 años y fue una experiencia francamente decepcionante de la que hablaré con posterioridad.

Lo realmente relevante de esta época fue mi cambio. Un cambio motivado por un cervatillo, sí, pero hay otra cosa que aún no mencione. Y es que en esa época vería por primera vez la película que cambiaría mi forma de ver el mundo. 
Germinal.
Era la adaptación de una novela naturalista francesa, del escritor Émile Zola.
La encontré medio enterrada entre diversas películas en el sótano del videoclub de mi padre. Y cambió mi forma de ver el mundo.
Diversas escenas me enseñaron de una forma esclarecedora el mundo actual, que en realidad es el mismo que el que se muestra tanto en el libro como en la película. Un mundo corrupto. Un mundo sanguinario. Un mundo enfermo. Este mensaje, estas escenas (aquí) me empujaron a una idea política. Me llevaron a defender una corriente filosófica, algo que nunca había hecho. 
Lo que más me gustaba del anarquismo era su fuerte individualismo. Los anarquistas no tenían por qué pertenecer a un colectivo, de hecho yo no pertenecía a ningún colectivo.  
Fueron estas ideas anarquistas las que me llevaron a recapacitar por mí mismo y a reflexionar sobre ellas. De estas largas reflexiones, que me llegaron a llevar días enteros en los que apenas salía de mi habitación más que para comer y beber, llegué a diversas conclusiones.
Y mediante estas conclusiones elaboré mi propio dogma. Y este dogma me guía hasta hoy mismo. Creo en él firmemente, y eso es algo que nadie podrá cambiar.
Lo más representativo de mi dogma es mi punto de vista de la sociedad. Por desgracia, vivimos en sociedad y debemos cuidar unos de otros, pero nadie practica esto. Por eso nuestro mundo está tan enfermo. Por eso es tan asqueroso. Por eso está tan podrido. Por eso, en definitiva, no funciona.
Y para conseguir que este mundo funcione hay que quemarlo todo y dejar que se construya una nueva sociedad, que, con suerte, será más equitativa y sana.
Sin embargo, ¿qué podía hacer yo para conseguir esto?
Bien, el anarquismo formulado por Bakunin defiende la intervención individual y espontánea de cada persona. Sabía muy bien que nadie iba a hacer lo que yo pensaba hacer, porque por alguna extraña razón, los humanos se suelen conformar con lo que tienen. Aunque sea injusto, aunque esté deteriorado, aunque no sirva, aunque haya que cambiarlo imperiosamente, los humanos se conforman. Los humanos, por desgracia, nos conformamos.
Yo no me iba a conformar. Y tenía ya pensado a los 15 años lo que hacer con esta sociedad. Lo tenía muy bien ideado.
Yo no hago las cosas porque alguien me lo mande. Yo hago lo que hago porque quiero. Porque es necesario. Porque alguien lo debe hacer.
Y a mis 15 años, dotado de un intelecto sin igual y una mente sorprendentemente oscura y brillante decidí que sólo había una forma de cambiar una sociedad que no funciona.
Y esa forma es la destrucción. La destrucción total y masiva de la sociedad en la que vivimos para crear otra que, con suerte, sería un poco mejor.
Por desgracia, creo que esta vez con un cuchillo no sería suficiente.

lunes, 10 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 3

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 3


EL PRINCIPIO



15 años.
La edad del comienzo.
Esa fue la edad en la que me formé por completo como lo que soy ahora, aunque no empezará a demostrar esta formación hasta más adelante, la verdad es que esa fue la edad del comienzo. La edad del cambio.
Fue la edad de mis excursiones al monte. Salía de casa con mi navaja y buscaba animales por todo el bosque con un solo objetivo, abrirlos en canal. Al principio, consideraba esta actividad como algo de carácter científico, motivado por mis incombustibles ansias por aprender sobre cualquier tema. Aprendí mucho de esas disecciones. Descubrí anatomías hasta entonces desconocidas para mí. Órganos que, de no haber sido por estas expediciones, no habría podido ver en mi vida. Hasta amplié mi libro con dibujos y descripciones anatómicas muy detalladas. 
Sin embargo, aprendí muchas otras cosas. No sé muy bien cómo sucedió, creo que llevaba ya 3 meses explorando los bosques en busca de disecciones cuando me encontré con un cervatillo. Hasta el momento sólo había experimentado con animales pequeños. Insectos, pequeñas aves, pequeños mamíferos,... Lo más grande había sido una ardilla.
Sin embargo, me encontré con ese cervatillo.
Podía no haberme encontrado con él, en realidad hay muy pocos animales de semejante tamaño en Mondariz. 
Pero lo hice.
Y fue el comienzo del fin.
A partir de entonces todo en mí cambió.
El cervatillo me miró.
Asustado.
Aterrado.
Tenía todos sus músculos en tensión, preparado para saltar.
Sin embargo, no saltaba. No huía.
Esperaba a que yo comenzará.
Nos separaba una distancia de unos 4 metros. 
Sabía que si el cervatillo empezaba a correr no lo cogería, así que decidí lastrarlo.
Le tiré mi navaja y le dí en el muslo. 
Lo lastré. Lo dejé herido. El cervatillo intentó correr pero no lo consiguió. Sólo pudo moverse unos metros hasta que yo lo alcancé. 
Y entonces cogí de nuevo mi navaja y procedí. 
Lo primero es herir al animal en la yugular. Así conseguía que cuando abriera su cuerpo no hubiera tanta sangre alrededor, lo que me impediría realizar mi análisis.
Le dí la vuelta al cervatillo, me sitúe encima de él para inmovilizarlo. El cervatillo había perdido bastante sangre por la herida del muslo y no oponía demasiada resistencia. 
Lo inmovilicé y hundí el cuchillo en el cuello del cervatillo, en la yugular.
Nunca había visto tanta sangre junta. Un chorro de sangre salió a presión del cuello del animal y fue a parar a mi cara.
Se me cegaron momentáneamente los ojos, lo que me irritó bastante. 
Pero todo mi irritación se calmó cuando sentí el sabor de la sangre en mi boca.
No sé si alguna vez os habéis chupado un dedo con una herida y habéis sentido el sabor de vuestra sangre. Bien, pues esto no tiene nada que ver. 
Es increíble la dulzura de la sangre de un cuerpo que no es el tuyo. Prefiero la Coca-Cola, pero es un sabor delicioso.
Y esa fue la primera vez que lo saboreé. Me recreé en ese momento largo rato. Mientras sentía como toda mi ropa se empapaba por la acción de la sangre del animal yo vivía un momento orgásmico, uno de los mejores recuerdos de mi vida.
Ese sabor agridulce me cautivó. 
Pero sabía que esa sangre sabía así porque fui yo el que la obtuvo. Y entonces comprendí que, más que el sabor de la sangre, lo que me había gustado era el hecho de haberla conseguido, el acto que acababa de realizar. Había matado un animal. Un animal grande. Su sangre me había salpicado, se había fundido conmigo, me había teñido de carmesí. 
Había matado algo.
Fue el principio, sí, el principio, de mi verdadera vida.
Para mí fue como nacer de nuevo.
Y tenía mi mente ocupada en estos pensamientos cuando descubrí que podía ver de nuevo. Vi el cuello degollado del animal que había matado y sonreí.
Vi la muerte que había causado y sonreí.
En definitiva, me dí cuenta de que no mataba por fines académicos. 

Y sonreí.

Aunque esa muerte me hubiera causado ya mucho gozo, mi mente estaba ávida de conocimientos y deseaba saber como era el interior de aquel ciervo. Cogí mi navaja y lo abrí en canal para estudiarlo. Tomé las anotaciones que solía tomar y decidí que lo mejor sería esconder al ciervo detrás de unos arbustos, y así procedí.
Escondí al ciervo y me vi las manos. Estaban rojizas y pegajosas, apestaban, se le habían adherido restos vegetales y pelos de ciervo, así como trozos pequeños de órganos. 
Adoré esas manos.
Luego observé el cielo. Era un domingo cuando salí de casa y recuerdo que lucía el Sol en lo alto. Debería de haber salido sobre las 12:00.
Lo curioso es que ahora la Luna reinaba en el cielo junto a sus pupilas, las estrellas, y todo estaba oscuro.
Nunca sabré cuando tiempo estuve encima de ese ciervo, pero creo que fue un período considerable.
Me decidí a volver a casa, no sin antes lavarme en el río.
Mientras me bañaba observé de nuevo el cielo.
Era sereno, profundo, tranquilo, majestuoso, imponente.
Pero sobre todo negro.
Negro.
Negrísimo.
Obscuro.
Helador.
Terrorífico.
Y negro.
Negrísimo.
Y en ese momento me dí cuenta de que mi mente estaba ahora mismo así. Negra, oscura, turbada y algo perdida, sí. Pero también majestuosa, grácil, imponente y tranquila. La tranquilidad que había en mi mente en ese momento era realmente inquietante para cualquier espectador casual, pero no para mí. Veía en esa tranquilidad una visión, un futuro incierto, sí, pero innegablemente brillante y oscuro a la vez.
En ese baño creí ver a mi mente fundida en el enorme cielo negro que contemplaba. Y así me mantuve, observando el continente inquietante a la par que tranquilo, tan lejano y a la vez tan cercano a mi mente en ese momento, tan sereno como brutal.
Una brutal antítesis se abría ante mis ojos.
Una brutal antítesis, si, elementos contrapuestos, elementos encontrados, elementos paralelos, elementos totalmente distintos mezclados en la enorme extensión del cielo negro.
Negro.
Negrísimo. 
Ese tipo de negrura que te atrapa, que te encandila, que te absorbe, que te traga.
Esa negrura similar a la negrura de la melaza negra, como bien decía Alex Turner. 
Y es que en eso se resume el cielo nocturno.
En melaza negra y elementos contrapuestos.
Pero por encima de todo, melaza negra.
Black Treacle.

domingo, 9 de febrero de 2014

Un retrato de la humanidad 2

UN RETRATO DE LA HUMANIDAD


CAPÍTULO 2


MATICES TÉCNICOS, NADA INTERESANTES, PERO RELEVANTES



Yo nací en una pequeña localidad española. En una tierra muy especial y húmeda, antiguamente regentada por celtas, o castrenses. Nací en una de las grandes ciudades gallegas, la más grande en población a decir verdad. Nací en Vigo.
Vigo es una ciudad bastante tranquila. No porque sea pequeña, sino porque casi nunca pasa nada ilegal resaltable. Se puede decir que yo fui lo más grande que le pasó a esta ciudad en ese aspecto.
A pesar de haber nacido en Vigo, mis padres decidieron criarme en un pueblo a unos 30 minutos de Vigo. Mondariz. 
Era un pueblo muy tranquilo, había unas termas preciosas y unos parques igual de hermosos. Era el sitio ideal para que se formara un chico ideal. Sin embargo, yo no era un chico ideal.
A pesar de vivir en Mondariz, mi madre trabajaba en un hospital vigués y mi padre en un videoclub. Por lo tanto, la mayor parte de mi día la pasaba en un Limbo entre Mondariz y Vigo. Esos 30 minutos me daban para pensar en muchas cosas, y si no los hubiera tenido quizá no fuera como soy ahora.
Estudiaba en Vigo y dormía en Mondariz. Las tardes las pasaba o bien con mi padre, videando películas en el videoclub; o con mi madre, viendo como ejercía su trabajo. Me fascinaba la anatomía humana y el cine. El género que más me fascinaba era el thriller. Alfred Hitchcock era mi faro en ese aspecto. Me encantaban sus películas. Y entre ellas cabía destacar Psicosis. Fue una película que me marcó. La vi por primera vez a la tierna edad de los 8 años. Otro director que me fascinó fue Stanley Kubrik. Videé por primera vez la Naranja Mecánica con 10 años. Mi padre me dijo que no se lo debía contar a mi madre, decía que no era una película para niños. La verdad es que no sé porque me seguía considerando un niño con 10 años.
Tenía un intelecto por encimo de la media. Con 10 años estaba cursando 1º de la ESO en un instituto de Coia, el Alexandre Bóveda. Me habían subido dos cursos pero mis notas no se habían resentido. Era el primero de la clase y casi no trabajaba, ya que asimilaba los conceptos con una capacidad pasmosa.
Lo que quiero expresar con esta pequeña introducción es mi aislamiento social. Nadie, y digo nadie, quería estar conmigo. Creo que era miedo. Mi afición al thriller y a la anatomía no ayudaban, y menos aún lo hacía el hecho de que en clase siempre estuviera atendiendo. Sin embargo, nadie se metía conmigo. Simplemente, me obviaban, hacían como si no estuviera. Tampoco yo buscaba su atención. No tenía amigos ni tampoco los necesitaba.
Era un alumno ejemplar, adoraba aprender y me gustaba estudiar y hacer deberes porque no me suponían ningún esfuerzo. Los utilizaba de calentamiento para centrarme luego en otras ocupaciones. La lectura no ocupaba mucho de mi tiempo, pero sí el cine. Me convertí en un verdadero cinéfilo y a los 13 años ya había visto todas las películas del videoclub.
Me quiero remontar a mis 10 años porque creo que fue aquí donde empezó todo.
Los fines de semana mi rutina se rompía del todo. Sin viaje a Vigo, perdía mi tiempo para pensar, eso lo primero. Eso me frustraba. Pero me frustraba más no tener más tareas que hacer, ya que acababa todos los deberes el viernes, como muy tarde el sábado por la mañana. Tampoco podía ver películas, ya que todas estaban en el videoclub, y tampoco podía ver trabajar a mi madre. Era hijo único y, como he dicho, no tenía ningún amigo. Todo esto junto hacía que odiara los fines de semana.
Sin embargo, a los 10 años todo cambió. Solía pasar en casa estos días, pero un día me decidí a explorar los alrededores del lugar donde vivía. En gran medida porque había empezado a escuchar cosas sobre la teoría darwinista y quería hacer experimentos sobre el tema.
Empecé realizando sencillos experimentos para intentar modificar los hábitos de los animales de alrededor. El primer experimento consistió en pintar de color negro todos los árboles de un parque. Estos árboles eran originalmente de color blanco. Había observado que había dos especies de polillas, unas blancas y otras negras, y quería comprobar si cambiando el color de los árboles las polillas negras, minoritarias, se volverían mayoritarias al camuflarse en el tronco de los árboles con mayor facilidad.
El experimento funcionó, pero creo que no agradó demasiado al ayuntamiento, que me infligió una costosa multa para la limpieza de los árboles. La multa fue asumida por mis padres y decidieron no hablar del tema.
Sin embargo, después de 3 semanas, los árboles no habían sido limpiados y mi padre empezaba a enfadarse. Un día se dirigió al ayuntamiento por la mañana. Llegó al mediodía. Al parecer, un reputado biólogo vigués se había enterado de mi experimento y había intercedido para comprobar si resultaba.
Y resultó resultar. En 1 mes, la población de polillas negras era mucho superior a la de polillas blancas. El biólogo, que había seguido el experimento, me ofreció la posibilidad de recibir clases de él. Acepté esta propuesta con una sola condición, que las clases fueran en fin de semana.
Y así fue como empecé a estudiar con el científico.
Se llamaba León y, curiosamente, tenía un gran parecido con el comunista León Trotsky. Tenía 50 años, una gran barba blanca, un pelo corto y blanco también y unas gafas de pasta fina negras.
Se desplazaba todos los sábados hasta Mondariz y dábamos clases sobre el terreno, en los parques y montes de la localidad. me enseño bien durante 1 año, aprendí mucho con él.
Sin embargo, lo odiaba. Odiaba a su persona, no a sus clases. Mi odio hacia los fines de semana se desplazó hacía León. Lo odiaba, sí. Un odio intenso, motivado en gran parte por sus aires de prepotencia.
En realidad, León era un reputado científico galardonado en numerosas ocasiones. Su fama era casi continental, y fue esta fama la que motivó su emigración hacia Francia un año después de haber empezado las clases.
Celebré ese día con entusiasmo. Intentó realizar una despedida solemne, me dijo que había sido un gran pupilo, que siempre recordaría mi gran intelecto y que llegaría a ser un gran científico si me lo proponía y perseveraba.
Le escupí a la cara. Me pareció que no se había dado cuenta de cuan profundo era mi odio hacia él.
Sin embargo, la emigración de mi odiado maestro no detuvo mis ansias de aprender de la naturaleza y me convertí en autodidacta.
Comencé calificando plantas, insectos, pequeños mamíferos, aves, algún que otro pez de las pequeñas charcas, algún anfibio, ...
Empecé a elaborar un pequeño libro con todos los animales de la zona y pequeñas descripciones de ellos. Lo acabé con 14 años.
Mientras estudiaba la fauna y flora local, seguía con mi instrucción cinéfila (por parte de padre) y anatómica (por parte de madre). Como ya comenté, acabé de ver todas las películas del videoclub con 13 años. A esa edad también conocía la mayoría de los secretos del cuerpo humano y solía ayudar a los colegas de mi madre y hasta a ella misma con los diagnósticos.
Y creó que fue aquí cuando empecé a convertirme en lo que soy ahora. Ya conocido el cuerpo humano, decidí empezar a estudiar otros cuerpos. Y en esos parques, bosques y montes que eran ahora mi segundo hogar había un gran número de cuerpos que estudiar.
La gente dice que los niños que queman hormigas con la lupas tienen un comportamiento que, de seguir desenvolviéndose, puede llegar a convertirlos en psicópatas.
Yo creo que la gente debería dejar de preocuparse por niños que queman hormigas y deberían empezar a fijarse en los que salen al bosque con una navaja. Con una navaja se pueden hacer infinidad de cosas, amigos. Es una de las herramientas más versátiles que he encontrado.
Si, creo que esas excursiones al bosque con mi navaja fueron el inicio de todo.
La navaja, el mejor amigo del asesino, el peor enemigo del hombre.