SI LOS MUERTOS HABLASEN...
CAPÍTULO 9
SOBRE LA MUERTE DE JAY
SOBRE LA MUERTE DE JAY
- ¿Qué has hecho? -gritó Adolf furioso-. ¡Asesino! ¡Desgraciado!
Se acercó a John y justo cuando iba a golpearle Alex le paró.
- ¿Qué haces? ¿No ves que él lo ha matado? ¡Maldito bastardo!
- No, no fui yo -gimoteó John.
- ¿Quién fue entonces? -preguntó Adolf.
- No lo sé.
John se hecho a llorar en ese momento.
- Vamos a llevar a Jay hasta el salón y allí esperaremos a que John se tranquilice para que nos pueda contar que es lo que pasó -dijo Alex.
Adolf y Alex llevaron el cuerpo inerte de Jay hasta el pórtico y los entaron en un banco. Luego volvieron a por John, que no se había movido, y le ayudaron a ir hasta el pórtico.
Entonces entraron en el recibidor y dejaron a Jay en un banco que allí había. Sentaron a John en otro y esperaron a que se tranquilizara un tanto. Cuando dejó de llorar, Alex le preguntó.
- ¿Qué es lo que ha pasado?
- Yo estaba aquí con Jay -empezó John con un tono de voz bajo pero notablemente más sereno que antes-. Entonces sentí la necesidad de ir al baño y me excuse. Fueron sólo unos tres minutos a lo sumo y a Jay no pareció importarle -su tono empezó a volverse más inseguro y titubeante-. Cúando volví, Jay no estaba aquí. Lo llamé para comprobar si había salido al pórtico a tomar el fresco o algo por el estilo. No obtuve respuesta. Entonces... salí al patio con la linterna y... -rompió a llorar-. Y lo encontré.
Alex y Adolf se callaron durante unos segundos y entonces Adolf saltó sobre John y empezó a golpearlo. John no podía ofrecer resistencia alguna ante la gran mole alemana que estaba atacándole. Alex intentó sacar a Adolf de encima de John y, después de numerosos esfuerzos, consiguió inmovilizarle un brazo y apartarlo un tanto del médico. Antes de que volviera al ataque, gritó a Adolf:
- Adolf, ¡¿qué haces?! ¡Él no ha sido!
- ¿De verdad crees a este sucio hipócrita asesino? ¡Está mintiendo! ¡Tuvo que ser él!
- Adolf, la sangre...
Adolf no entendió el mensaje a la primera, pero después de unos segundos su rostros se iluminó y pareció entenderlo. Se llevó al mano a la cara y, con una expresión de total perplejidad en su rostro, se apartó de John y se quedó sentado en una esquina de la estancia.
Su perplejidad se tornó en asombro y luego en el terror más absoluto. Se quedó sumido en una especie de letargo y parecía que nada de lo que pasaba a su alrededor le afectaba lo más mínimo.
- ¿Qué... qué sangre? -preguntó John.
Alex tomó aire y le realtó los acontecimientos sucedidos en su inspección del desván. Luego concluyó:
- No sé si tu has matado a Jay, pero es imposible que tu hayas escrito ese mensaje. La sangre del techo era muy fresca y tus gritos sonaron poco después de que nosotros descubrieramos el mensaje.
- Yo no he sido -dijo John, que parecía haberse recuperado de su shock-. Yo no maté a Jay. ¡Os lo juró!
- Ahora no podemos pensar en eso. Vayamos al salón y pensemos en como descubrir quién fue el que escribió ese mensaje en el techo. El que lo hiciera tiene que ser también el asesino, y esa sangre tiene que ser la de Jay. Adolf, vámonos.
Adolf se sobresaltó un tanto y, sin cambiar su expresión, se levantó y ayudo a Alex a transportar el cadáver. Cuando entraron en el salón, el cadáver de Jay se les cayó de las manos.
El sofá estaba vacío.
El cadáver de Richard no estaba allí.
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