domingo, 16 de marzo de 2014

Si los muertos hablasen... 8

SI LOS MUERTOS HABLASEN...

CAPÍTULO 8

10 GOTAS


- ¿Por dónde empezamos? -preguntó Alex.

- Lo mejor sería empezar por la planta más alta e ir bajando -respondió Adolf.

- Sí, será lo mejor.

Los dos comenzaron a subir escalones hasta llegar a la planta más alta. 

- ¿Subimos al desván? -preguntó Adolf.

- Sí... Será lo mejor... Pero no te acerques a la ventana.

Accedieron al desván por la trampilla del techo. La habitación estaba muy oscura y había en ella infinidad de muebles. Pudieron observar que la ventana seguía abierto y Adolf la cerró rápidamente. 
Con ayuda de sus linternas empezaron a busacr en todos los posibles escondites que había en el desván. Movieron cajas, descolocaron sofás, desplazaron muebles, vaciaron armarios,...
El desván era verdaderamente amplio y tardaron mucho tiempo en revisarlo todo.
Cuando creyeron haberlo inspeccionado todo, descendieron por la trampilla.
La oscuridad en el desván era densa, pero sin embargo era mucho menor a la reinante en la planta más alta de la vivienda. Esto se podía deber a la inexistencia de ventanas en el pasillo que daba al desván.

- Esto está mucho más oscuro que el desván, ¿no crees? -dijo Adolf.

- La verdad es que sí -respondió Alex.

- Es una oscuridad desconcertante.

- ¿Por qué? Es simple oscuridad. Es de noche.

- Sí, sin embargo nunca había observado una oscuridad tan densa. Parece casi artificial. Agobiante. Simplemente, desconcertante.

- No exagere, amigo mío. Es simple oscuridad. Y ni siquiera estamos totalmente a oscuras. Nos acompañan las linternas del difunto Richard.

- En eso tiene razón, pero sin embargo hay algo en esta oscuridad reinante que me llama la atención. Nunca me había sentido tan atrapado por... ¿que ha caído sobre mi cara?

Una gota líquida se había posado en ese momento sobre la cara del alemán. Alex le apuntó con la linterna. Una segunda gota salpicó el rostro del germano. En su cara se veía reflejado el más puro temor.

- Amigo mío, ¿que este líquido que baña mi cara?

Una tercera gota.
Y una cuarta.
Alex se fue acercando.
Tomó un poco de esta substancia en su mano y la acercó a su cara.
Una quinta gota.
La observó con la linterna.
La sexta gota caía en ese momento sobre el rostro de Adolf.
Se la llevó a los labios.
Una séptima gota.
La saboreó.
La octava.
Alex levantó la vista hacia la cara de su amigo, totalmente pálida de terror en ese momento.
La novena gota se derramaba ahora sobre la asustada faz del germano.

- Es sangre.

Una décima gota.
Alex apuntó al techo con su linterna.
Después de un momento, Adolf hizo lo propio.
Y los dos observaron las palabras grabadas en sangre roja, roja como las brasas de una hoguera, que tanto contrastaban con el solemne blanco del techo de Richard.



WRONG WAY



Ninguno de los dos habló.
Se impuso el silencio.
Un silencio profundo, inquieto y artificial.
Un silencio que compartió muchos matices con la oscuridad reinante en esa planta de la vivienda de Richard. 
Oscuridad.
Silencio.
Calma aparente.
Y entonces se impusó otro sonida a la ausencia de de sonido. El ruído del gotear leve de la sangre del techo, que cedía ante el peso de la gravedad, como los humanos cedemos ante el paso del tiempo, y se iba a reunir con el suelo, que bien podría servir de metáfora para el mar. De esta forma, la sangre se unía a la alfombra del mismo modo que las aguas de un río se juntan con las del mar, que es el morir. Y es que ni los elementos más inaninimados pueden eludir a la muerte.

Un grito imperiante se eleva ante toda esa calma y hace a Adolf y a Alex salir de su estado de semiconsciencia. 

- ¡¡¡ADOOOOOLF, ALEEEX!!!

Era John el que gritaba. 
El grito provenía del patio.
Adolf y Alex dejaron de mirar el techo y se miraron el uno al otro antes de salir corriendo escaleras abajo hacia el patio.
Cuando llegaron a donde estaba John no vieron a Jay en ningún lado.
John estaba de espaldas y entonces se dió la vuelta.
Toda su camisa estaba manchada de sangre y de sus ojos resbalaban sendas lágrimas.
Quería hablar y abría la boca, pero sin lograr articular ningún sonido coherente. Sólo pequeños balbuceos.
Entonces se hizo a un lado y Alex y Adolf pudieron observar un cuerpo degollado y con la expresión del más puro terror en su rostro.
Debido a la gran contracción de sus músculos faciales, ni Adolf ni Alex supieron quien era ese hombre.
Entonces John, desde detrás de ellos y con grandes esfuerzos, dijo con una voz gimoteante:

- Es Jay.

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