Ojo por ojo
Robert se bajó del coche. Se paró en frente del portal y observo las altas verjas que lo conformaban. El cartel con el nombre de la casa se hallaba a su derecha. Se acercó al portal y empujó las verjas, que cedieron sin emitir ningún ruido. A continuación entró en un jardín. Era un jardín amplísimo, con un camino de grava que conducía hasta la casa. Una casa que bien podría confundirse con un palacete. Tenía tres plantas y estaba pintado en blanco. Robert contó 12 ventanas por piso y unas 8 en la planta baja. Pero lo más impresionante de la casa era su entrada. Había que subir unas escaleras para llegar a la puerta. Una puerta enorme, de una madera muy robusta pero muy bien trabajada y perfectamente pintada en blanco. Toda una obra de arte.
Robert subió los escalones y llegó a la puerta, que se le mostró en todo su esplendor. Los frisos que la decoraban presentaban formas de la naturaleza y estaban hechos con gran finura. Pero lo más impresionante de la puerta era su altura. Constaba de unos 2'50 metros de altura por unos 4 de ancho. El irlandés se acercó a la puerta y empujó. Noto resistencia y comprobó que estaba cerrada. Cuando se iba a dar la vuelta se acordó del sobre que le había dado el conductor. Rebuscó en él y encontró una llave que antes no había visto. La metió en la cerradura, la hizo girar y empujó nuevamente.
Al pasar el umbral de la casa se maravillo con la decoración y la amplitud del hall. Era un lugar ciertamente hermoso. Inmediatamente después se dispuso a buscar por la casa a su víctima. Decidió dirigirse primero hacia la derecha. Abrió una puerta y se encontró con un salón inmenso que ocupaba todo ese lado de la casa. Tenía poca ornamentación y no vio a nadie a simple viste. Buscó en los pocos escondites que había pero no encontró nada. Salió de nuevo al hall y se dirigió hacia una de las dos puertas que había en el lado izquierdo. Entró en ella y vio una cocina inmensa. Se disponía a buscar en ella cuando oyó el ruido de un objeto al caerse en la otra habitación.
Se dio la vuelta y se dirigió a la otra habitación. sacó la pistola y se dijo que al menos serviría de amenaza. Entonces abrió la puerta.
Se encontró con una mujer de mediana edad sentada en la silla detrás de un gran escritorio. Y Robert supo que era ella.
-¡Quieta!- gritó, apuntándola con el revólver.
La mujer levantó las manos y se quedo donde estaba. Entonces Robert cogió la cuerda y la maniató.
-¿Hay alguien más aquí?- preguntó Robert.
La mujer le miró a la cara con odio y le escupió. Y entonces el irlandés hizo algo que nunca había hecho. Pegar a una mujer. Y después de hacerlo no se asqueo, porque creía firmemente que lo que estaba haciendo respondía a una causa mayor.
-Te he preguntado si hay alguien más. Yo pregunto y tu respondes.
-No, no hay nadie más- respondió la mujer.
Y Robert continuó maniatando a la adinerada mujer. Ya había acabado cuando la mujer le habló.
-¿Por qué haces esto?
Su tono de voz era consistente, no tenía miedo. No tomaba en serio al joven. El irlandés se dio cuenta y dejo sin respuesta a la pregunta de la mujer. Él se consideraba muy capaz de hacer la tarea. Tenía asumido que debía hacerla. Necesitaba seguir ascendiendo.
-Me gustaría una respuesta. Supongo que trabajas para alguien. No se que quieres de mi, la verdad. Mi dinero no está aquí, y tampoco mis joyas. Esta es mi casa de verano y estamos a marzo. Solo vine para recoger unos documentos que me había olvidado aquí.
Si todo esto era cierto, ¿cómo había sabido el Diablo donde se encontraba esta mujer? Robert no dedicó tiempo a pensar en esto y cogió un cuchillo del sobre. Lo intentaría con eso.
-Es muy curioso. Llevo años en Nueva York y solo había oído habladurías de un hombre al que apodaban el Diablo. Y justo cuando empiezo a investigar sobre él y descubro quien es en realidad, alguien viene a mi casa a matarme.
-No vengo a matarte.
-Quizá no, pero ese será el resultado final. Los documentos que hay en la mesa tienen las primeras verdades que descubrí sobre el Diablo. Y en mi maletín tengo su vida entera. La verdadera vida. Toda la verdad. Lleva unos 5 años en este "juego". Y tú eres una de sus víctimas. La última supongo.
-No soy una víctima. El Diablo me esta dando una oportunidad que no pienso desperdiciar. En pocos años, tendré una casa como esta y tanto dinero que no sabré en que gastarlo. ¿Y usted donde estará? Muerta.
-Respecto a mi futuro no tengo ninguna duda. Me vas a matar. Quizás me lo merezca. Yo tampoco he sido una buena persona. ¿Pero de verdad crees que tu futuro será así? Respondeme a una cosa, ¿tu no naciste con mucho dinero, no?
Robert no respondió, odiaba que le juzgarán por sus orígenes.
-Veo que no respondes. Debías de ser pobre. Un pobre chico con ilusiones que se cree que se puede convertir en millonario de la noche a la mañana. Que equivocado estás.
La ira de Robert aumentaba. Agarró el cuchillo con fuerza y se fue acercando a su víctima. Este gesto alentó a la mujer, que siguió con su discurso con aún más énfasis.
-Los millonarios no se hacen. Los millonarios nacen. Estamos hechos de otra pasta, somos mejores. No tienes ni idea, de verdad.
La faz de la mujer estaba totalmente calmada mientras pronunciaba estas palabras y Robert se enfurecía cada vez más. Sus ojos irradiaban ira. Y se acercó más a su conferenciante.
-Un niñato como tu nunca llegará a nada en la vida, nunca. Morirás como naciste, pobre.
-¡Cállate! ¡Cállate!
Robert enarboló el cuchillo y lo hundió en el pecho de la mujer. Una vez.
-¡Cállate!
Y otra.
-¡Cállate!
Y otra.
-¡Cállate!
Y entonces la mujer empezó a gritar.
-¡Cállate!
Y a Robert le gustó.
-¡Cállate!
Cada puñalada era asestada con más fuerza que la anterior.
-¡Cállate!
Y la sangre empezó a fluir.
-¡Cállate!
El carmesí tiño la cara y el cuerpo de Robert.
-¡Cállate!
Y los gritos continuaban.
-¡Cállate!
Y Robert no podía parar.
-¡Cállate!
Y de repente, silencio. La mujer estaba innegablemente muerta. Presentaba unas heridas muy profundas en todo su cuerpo. Pero Robert decidió no detenerse ahora. Llevo a cabo su tarea. No dudó, no pestañeó, ni siquiera sintió repulsión.
Hasta que acabó.
Observo el cuerpo perforado y sin vida de la mujer de mediana edad y sintió asco. Asco de si mismo. Asco de lo que había hecho. Asco de hasta donde era capaz de llegar por su ascenso.
Se asqueo de si mismo, sintió repulsión por su ser, deseó dejar el mundo.
Y entonces vio las cuencas vacías de la mujer. Los ojos estaban en un frasco que había encontrado en el sobre.
Vomitó. El amargo sabor de la bilis y el dolor de garganta acrecentaron su malestar emocional. Pero ahora no podía parar. No, tenía que llevarle eso al Diablo y conseguir la muerte de su jefe.
Recogió todo y lo metió en el sobre. Cuando se disponía a abandonar la habitación echó un último vistazo al cadáver. Ese cadáver que él mismo había producido. Y entonces entendió las palabras del camarero: "Él no es como nosotros, no vive en la armonía y no busca la paz en su vida. Él busca cosas muy distintas, y si haces un pacto con él, tu vida no volverá a ser la de una persona normal".
Esas palabras taladraron a Robert. Y lo peor es que era verdad, nunca volvería a ser una persona normal.
El irlandés salió de la casa con estos pensamientos. Atravesó el jardín. Llegó a la verja. La empujo. Vio el coche. El cochero no estaba en él, estaba esperándole apoyado en el capó con un paquete en la mano.
-El jefe quería hacerte un regalito. Dame los ojos.
Robert obedeció instintivamente, no lo pensó.
-Toma- dijo el cochero.
Y le entregó a Robert el paquete. Olía a sangre y estaba ensangrentado. El cochero subió al coche y se fue, y el irlandés se quedó allí sin saber que hacer.
Pasó el tiempo. El joven no sabía si habían pasado unos pocos segundos o varias horas cuando se dispuso a abrir el paquete.
Lo fue desdoblando con cuidado, capa a capa, hasta que llegó al núcleo del empapelaje. Un olor muy fuerte a sangre le llegó hasta su nariz y un chorro le salpicó la cara. Lo que guardaba el paquete era un corazón.
Robert sacó conclusiones y se sintió asqueado, terriblemente asqueado, de su persona. Sintió un terrible odio de su mismo. Un odio inmenso, no solo por lo que acababa de hacerle a esa mujer, sino también por lo que había hecho que hicieran a su jefe. Quizá fuera un persona uraña y no reconociera el talento que el irlandés creía tener, pero era una persona respetable. Y lo más importante, tenía familia.
Un ruido sordo despertó a Robert de su ensoñación. El sobre con todos los objetos que el Diablo le había dado se había caído al suelo. La pistola había salido de la bolsa. El joven dejó el corazón en el suelo y la cogió.
Ya había hecho bastante daño a personas que no se lo merecían. Quería abandonar este mundo. Era simplemente un estorbo, una persona perturbada y sin alma que solo podía hacer daño a otras personas.
Se metió la pistola en la boca, Acercó su dedo al gatillo. Lo apretó y...
Lo soltó. Se dio cuenta de que todo lo que había hecho (hasta las puñaladas) era solo para conseguir ser alguien importante. Todo lo que había sufrido tenía un motivo, y ahora que había conseguido su objetivo, no podía abandonar esta vida.
Se dispuso a marcharse cuando se acordó del corazón. Lo quemaría, serviría para representar el inicio de su nueva vida, una vida de éxitos.
Se acercó al paquete y cogió el corazón. Al despegarlo del paquete vio que debajo había una grabadora con una cinta puesta. Dejo el corazón y cogió la grabadora. En la parte de atrás había una nota que rezaba:
ÚLTIMOS MOMENTOS DE TU JEFE
Robert le dio al play. Unas respiraciones muy pesadas y agónicas empezaron a salir del aparato. De repente, una voz grave y potente entró en escena:
-Esta es la persona que te ha hecho sufrir.
Las respiraciones cada vez eran más pesadas y vaticinaban una pronta muerte. Robert temió que su jefe no comentara nada sobre su asesino, pero lo que pasó fue mucho peor. Las respiraciones se volvieron un poco más agitadas y una voz muy débil dijo entre grandes pausas acompañadas de entrecortadas respiraciones:
-¿Quién.... es.... ese.... hombre?
Y después de eso, silencio. Las respiraciones cesaron. Los suspiros desparecieron. Los gemidos se esfumaron. Y las ensoñaciones de Robert se volatilizaron.
La cinta dejó de reproducirse. La mente del irlandés se colapsó. Después de todo lo que había pasado, de todo lo que había tenido que confiar en su propio éxito para llevar a cabo todas sus acciones. Después de todo, con cuatro simples palabras de una persona agónica, las esperanzas de Robert se esfumaron. Se volatilizaron. Aquellas grandes ideas que antaño conformaron la estructura y la inspiración de todas sus acciones pasaron a convertirse en simple polvo en el viento de su memoria.
Y entonces Robert notó un peso en su mano izquierda. Y miró. Seguía teniendo el revolver en la mano. Su peso era la última conexión que mantenía con el mundo real. El resto de su cuerpo no notaba nada. Las tinieblas de su mente lo habían consumido todo. Y el irlandés vio en ese peso una salvación.
Levantó la pistola. Abrió la boca. Sintió el sabor del hierro y el frío del cañón. Y eso lo reconfortó. Apretó el gatillo.
Se oyó un disparo.
Unos segundos después, un ruido seco, como el de un objeto al caer, como el de un cuerpo al desmoronarse, arrebatado de su vida.
Robert había encontrado en ese disparo la luz verde de la que hablaba el Gran Gatsby. Había encontrado la paz en ese disparo. Había conseguido reconciliarse consigo mismo.
El cielo estaba oscuro y la luna teñía todo de un apagado color azul oscuro. Mientras tanto, un reguero de sangre ensuciaba el césped de una gran mansión con un cartel en la parte derecha de la verja que rezaba:
Wiggin's Summer House